Cuando andaba en la universidad, uno de mis héroes literarios e indiscutibles de siempre fue Mario Benedetti (Uruguay, 1920).
Pocos como él podían plasmar tan bien en un poema, en unos pocos versos, todo el huracán de sentimientos que uno lleva en el pecho cuando se es joven. El amor, la muerte, la injusticia, todo estaba en sus palabras urgentes. Cada vez que buscaba respuestas, cada vez que la confusión me atenazaba la garganta, encontraba siempre refugio entre sus páginas. También, más de una vez, me gané besos inmerecidos y apasionados por recitar de memoria sus versos exactos a las muchachas que transitaban por mi vida. Benedetti era el santo que ocupaba un lugar privilegiado en mi altar particular.
Después, inevitablemente, pasó el tiempo. Uno crece, madura (¡ja!) y sienta cabeza. La literatura se va convirtiendo en un oficio serio y los gustos se van refinando. Nuestros amigos comienzan a buscar autores mayores y más complicados. Lo que antes era fundamental ahora se convierte en simple y básico. Las confusiones y los miedos ahora son otros. El amor se transforma y deja ser el epicentro de nuestros quehaceres diarios. Poco a poco vamos olvidando todo aquello que aprendimos. Con el tiempo, las mujeres dejan de pensar en poetas y buscan empresarios.
Sin embargo, al menos para mí, Benedetti siguió siendo un santo de mi devoción, una voz fundamental en el camino, un hermano mayor con cosas siempre interesantes que decir, vamos, un maestro. Lo digo en voz alta y sin ruborizarme. Poco me importa si no sueno políticamente correcto y si comienzan a mirarme por encima del hombro. Como ayer, sigo encontrando en sus páginas ternuras escondidas y sigo estremeciéndome con sus mil definiciones del amor.
Ahora que anda enfermo y la vejez de sus 88 años le pasan la factura de todo lo vivido, ahora que quizás está próximo a iniciar el largo viaje hacia lo desconocido; a sus acólitos (su familia extendida por todo el planeta) no nos queda más que recitar, como una vieja y olvidada plegaria, varios de sus poemas como un esotérico mensaje de energía. De energía y eterno agradecimiento.
Gracias por el fuego, viejo.
Cada vez que cumplo años
no estoy para festejos
entro conmigo en la soledad
y me pongo a escuchar
una aurícula cualquiera
que al menos por ahora
no dice basta
.
el pasado es simplemente un hontanar
donde circulan castigos y perdones
todos con rumbo al secreto del sur
aunque a veces se pliegan al sureste
.
el pasado es también un arbolito
con colonias de pájaros inmóviles
que hace tiempo dejaron de cantar
.
cada vez que cumplo años
me sitúo de espaldas al futuro
para que no me reconozca
.
no olvidemos que en el porvenir
la vieja muerte tiene su morada
con ventanas hacia todos los paisajes
y ritos pendientes
en todos los siglos
.
cada vez que cumplo años
me olvido de contar con los dedos
y me quedo tan quieto y silencioso
como un viejo volcán pagado
(de Canciones del que no Canta)
3 comentarios:
Asi es, hago mías tus palabras, Benedetti junto a otros nombres latinoamericanos fueron de los que siempre leí en forma apasionada, cuando de citar un libro se trata siempre me viene a la memoria ese breve pero intenso relato "Quien de nosotros", aún no he vuelto a encontrar algo así. Sigo con atención desde estos dos últimos anos sus continuos internamientos en hospitales, signos que la vida va diciendo hasta aqui llegamos quizá, pero prefiero recordar la inmortalidad de su palabra, que estará más allá de toda presencia física.
mmmm tas inspiradito mi querido hereje, cuidadito nomás...
Saludos!
un post premonitorio... no?
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