viernes, 25 de enero de 2008

Territorio Comanche

Las guerras son siempre una respuesta natural a la eterna estúpidez humana y la línea divisoria entre inocentes y culpables es muy delgada, casi invisible. Quizás todos nosotros, de alguna u otra forma, por acción u omisión, somos responsables de ellas, sea donde ocurran y sea cualquiera la lengua que se use para maldecir sus muertos.

Esta es quizás la principal idea que me rondó cuando acabé de leer "Territorio Comanche", quizás el libro más personal de Arturo Perez-Reverte y donde puede rastrearse el origen del cinismo que luego acompañará casi toda la obra (en especial la periodística) de este escritor español.Ambientada en la guerra de los Balcanes, donde toda la antigua Yugoeslavia se pulverizó, es el retrato de primera línea de un cronista de guerra español (Perez reverte lo fue en el pasado), cínico y descreido, y su camarógrafo, hurgando entre la pobredumbre y la miseria que deja a su paso la guerra para enviar por satélite unas imágenes a los aparatos de televisión de todos los que, lejos de allí, se sienten a salvo en sus confortables sillones, quizás tomando cerveza y comiendo pop corn.

La estirpe de estos artistas de la barbarie es extraña. Participan en el desastre voluntariamente, siguiendo a las guerras allí donde las haya, persiguendo la muerte y destrucción dejada a su paso y jugándose el pellejo en cada esquina, hasta que una bala, una esquirla o una mina les impidan continuar con su locura callejera y esquizofrénica. Y es que nadie sale ileso de una guerra, aun cuando no tengas ni un rasguño.

La estupidez es el único patrimonio auténticamente humano. Las guerras son un buen ejemplo de ello.

"Para un reportero en una guerra, territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando."

Jhonny Cash - Hurt

Existen canciones -en realidad contadas excepciones- cuyos covers son aún mejor que las versiones originales.
Este oscuro himno (Hurt) pertenece al atormentado Trent Reznor, pero es en la voz grave y dolorosa del genial Jhonny Cash donde la canción adopta el matiz de desconsuelo y pérdida que debe transmitir. De eso se trata.

sábado, 19 de enero de 2008

Los Gladiadores de la Raqueta

De todos los deportes que jamás practico -en realidad ninguno-, el tenis es uno de los que más me gusta.

Ignoro la razón de esta atracción, pero fácilmente puedo quedarme sentado frente a la pantalla, totalmente electrizado, las tres horas que en promedio dura un partido, como si se tratara de un clásico intercontinental de fútbol con mi equipo favorito de protagonista -en realidad ninguno-.

Imagino que el tenis es uno de los pocos deportes que enfrentan directamente a dos individuos, aislados de todo, donde cada cual depende de uno mismo, de sus fuerzas, imaginación y coraje para vencer o morir en el intento (descarto el box y las luchas, la violencia la dejo para el ajedrez). Aquí no hay equipos donde basta que uno esté inspirado para salvar el día y entonces se salvan todos, no, aquí hay únicamente dos gladiadores armados con su raqueta que salen a dejar la sangre en la arena, intercambiando proyectiles a 190 kilómetros por hora y donde el éxito y el fracaso depende -única y exclusivamente- de dos brazos poderosos, ágiles piernas y reflejos a prueba de balas.

La madrugada de hoy, por esas casualidades de la vida y del insomnio, pude presenciar acaso el mejor partido de tenis de los últimos tiempos. Roger Federer (el número uno del mundo, canchero e imperturbable) se enfrentaba a un desconocido -para mí- chibolo serbio llamado Janko Tipsarevic. Mero trámite habrá pensado el suizo -que no es santo de mi devoción- y se llevó tremenda sorpresa (después dijo que el partido había sido 'un infierno'). Fueron 4 horas y 23 minutos de pura fuerza y tensión. El serbio, con sus lentes de intelectual a la moda, estuvo delante casi todo el partido, sacando magistrales jugadas del sombrero y haciendo frente al suizo y sus criminales aces. Al final, la última batalla, el quinto set, fue para el suizo 10 games a 8.

Ave Caesar, morituri te salutant!!!

jueves, 17 de enero de 2008

Little Girl Blue (Janis Joplin)

Siempre hay un buen pretexto para escuchar a la incomparable Janis Joplin.
Esta vez es para ella, porque se lo debo.

domingo, 13 de enero de 2008

Brozovich y El Duro Oficio de Vivir


A Raúl Brozovich Mendoza (1928-2006) nunca lo conocí.

Era cusqueño, poeta y uno de los últimos malditos auténticos (no los de pacotilla, tan abundantes en nuestra capital -la oficial, no la histórica-).

Murió anciano, solo y pobre (con una mísera pensión universitaria, como todo reconocimiento), alejado de la cultura oficial y de los textos escolares, de los fuegos de artificio y las candilejas que seducen a los intelectuales de dos por medio que pueblan el Haití y la Tiendecita Blanca. Su destino fue el mismo de muchas de las mentes más lúcidas de este malhadado país.

Escribía poesía pero detestaba publicar (por falta de ganas o por ausencia de ofertas, vaya uno a saber), sus poemas -tributarios de Vallejo, Maiakovski, Pound, Dylan y Kavafis, como él mismo solía repetir- son de una vitalidad inusitada y muchos de ellos dan vuelta por ahí, desperdigados, sin que haya un solo O'hara que los rastree y rescate.

Sus cuadernos conocidos y publicados son pocos: "La Rosa Blindada", "Fábrica de Sueños", "Del Cielo Bajó un Extraño Resplandor", "Vallejianas", "Poemas Populares", "Pintura en Blanco y Negro" y "Pop Art". Los desconocidos e inéditos son un misterio, perdidos ya quizás para siempre.

Detestaba las entrevistas (por falta de ganas o de oportunidades, vaya uno a saber) y la única que se le conoce en vida la otorgó a Mario Guevara Paredes ("La poesía es un sueño errante") y salió publicada en la revista andina de cultura "Sieteculebras", bajo el número 6, junio-julio de 1994.

Su rostro pasa con facilidad por la de un poeta beat, surcado por arrugas como las interminables aventuras y excesos que protagonizó en el ombligo del mundo y más allá de él también.

Es legendaria -ignoro si cierta- la anécdota según la cual, absolutamente borracho, cuadró a un joven y arrogante Vargas Llosa en una picantería del centro del Cusco, diseccionando la técnica de la Casa Verde con una cabeza de carnero como pizarra sacada minutos antes de la olla hirviendo, ante la asustada mirada de los comensales y demás acompañantes del escritor arequipeño.

Son pocos los libros publicados de su poesía; uno de ellos, el que quizás constituye el más rescatable intento de antologarlos (su resultado, lamentablemente, es otro) se llama: "El Duro Oficio de Vivir"*. De ahí extraigo el siguiente poema, como homenaje y reconocimiento al querido "Brozo", aquel que no pudo desligar jamás la poesía de su experiencia vital:

EL DURO OFICIO DE VIVIR

en el interior de un ómnibus
un niño canta
detrás de las ventanillas
uno observa
la gente pasar
inadvertido
el niño está delante de ti
prosigue su voz delgada
jerigonzas de waynos
o letras sincopadas
del vals criollo
confuso
de extraña vergüenza
uno saca una moneda
del subsuelo del corazón
el arte de vivir obliga
el niño ha cesado de cantar
basta de cavilaciones oscuras
la rosa negra de la lluvia despeina
agua sucia de hórridos sufrimientos
ebriedad pura
sentimiento fácil
la oscuridad de los recuerdos graba
-dulcemente la imagen del amor
y piensas
piensas tal vez
ese niño que ha sucedido
oblicua
mano
delgada
sea yo o tú
en las aceras los transeúntes apuran el paso
llueve
la gente bosteza
-retira los centavos de su flaca pobreza-
el niño insiste
ha vuelto a cantar.

* BROZOVICH, Raúl (2006): El Duro Oficio de Vivir. Cusco, Rectorado de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco. 289 páginas.

domingo, 6 de enero de 2008

Hey, Joe!!!

La historia es simple.
Imaginemos que mi nombre es Joe y tengo una pistola -aún humeante- entre mis manos.
Acabo de disparar contra mi mujer pues la encontré sacándome la vuelta con un imbécil.
Me lo preguntan y lo confieso. No siento remordiendo ni pena alguna.
Me preguntan dónde me escaparé para no ser ahorcado por un verdugo. México parece ser un buen lugar. Sí. Me largaré para el sur y podré por fin ser libre.
Adiós a todos.

La canción pertenece a un bluesero desconocido llamado Billy Roberts, pero fue Jimmy Hendrix quien la convirtió –gracias a su poseída guitarra- en una novela negra, en todo un himno a los perdedores.
Esta es una rara presentación de Hendrix (con la Jimmy Hendrix Experience) en Bélgica en el año 1967.
Disfrútenla y anden con cuidado.

miércoles, 2 de enero de 2008

¿Feliz Año?


La gente suele hacer promesas al final de cada año e imaginarse que todo, repentinamente, debe ir mejor. Bajar de peso, dejar de fumar, abandonar el alcohol, las drogas o aquel amor más pernicioso que todo lo antes dicho, son metas que uno se propone y -generalmente- casi nunca cumple. Y es que Dios tiene extraños caminos y el azar o la estupidez casi siempre se interpone en ellos.
Les dejo un artículo de Arturo Perez Reverte sobre un año nuevo en particular y considerenlo como mis mejores deseos para este año 2008....


FELIZ AÑO NUEVO (1)

Era guapísima, pensó. La mujer más guapa del mundo. Un vestido negro, escotado por detrás, el pelo recogido en la nuca. Unos ojos grandes e inteligentes que lo miraron de esa manera singular con que miran algunas mujeres, como si se pasearan por dentro de ti, escudriñándote cada rincón, y esa certeza te erizara la piel. No sabía cómo se llamaba, ni quién era. Ni siquiera si estaba con otro. Pero comprendió que era ella. Así que venció el nudo que se le había hecho en la garganta y dijo aquí te la juegas, chaval, te juegas el resto de tu vida, y a lo mejor haces el ridículo más espantoso; pero sería peor no intentarlo. Así que se fue derecho hacia ella, recorriendo esos cinco últimos metros que ningún hombre inteligente franquea si no son los ojos de la mujer los que invitan a recorrerlos. Hola, me llamo tal, dijo. Y no me perdonaría nunca dejarte salir de mi vida sin intentarlo. Ella lo miró despacio, evaluando su sonrisa algo tímida, la manera sencilla que tenía de estar de pie ante ella, encogiendo un poco los hombros como diciéndole ya sé que lo hemos visto muchas veces en el cine y por ahí, pero no puedo evitarlo. Te pareces a esas cosas que uno sueña cuando es niño.
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Lo consiguió. La felicidad le estallaba dentro y el mundo y la vida eran una aventura maravillosa. Bailaron, rieron. Compartieron sus mundos e hicieron que éstos empezaran a fundirse el uno con el otro. Música, cine, viajes, libros. Tiene cosas que yo necesito, pensó. Cosas que a mí me faltan. A veces se quedaban callados, mirándose un rato largo, y ella sonreía un poco, casi enigmática. Quizá se sienta como yo me siento, pensó él. Tocó su piel, rozándola con precaución al principio. Acercaron los rostros para conversar entre la música, acarició su cabello, respiró su aroma, asimiló cada registro de su voz. Algo hice para merecerla, pensó de pronto. Los años de colegio, la facultad, el trabajo, la lucha por la vida. Sentía que era un premio especial; que una mujer así no caía del cielo a cambio de nada. Eso lo hizo sentirse más seguro, más cuajado y adulto. Y en sólo unas horas, maduró. Se hizo lúcido y se dispuso a merecerla.
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Llegaron las campanadas. Ding, dong. Todos bailaban y reían, brindaban, chocaban las copas salpicándose de champaña. Feliz 2001. Feliz año nuevo. Él nunca había sido muy sociable; tenía sus ideas sobre las fiestas de año nuevo en general y sobre la Humanidad en particular, y no eran ingenuas en absoluto. Sin embargo, aquella vez amó a sus semejantes. Los habría abrazado a todos. Con la última campanada ella se quedó mirándolo en silencio, la copa en la mano, la boca entreabierta, y él se inclinó sobre sus labios. Sabían a champaña y a carne tibia, y a futuro. Alrededor los amigos aplaudían y bromeaban sobre el flechazo. Ellos seguían mirándose a los ojos y se besaron de nuevo, ajenos a todo. Y más tarde, rozando el alba, la acompañó a su casa. Se besaron de nuevo en el portal, mucho rato, y él regresó a casa caminando en la luz gris del amanecer, las manos en los bolsillos, sintiendo deseos de dar pasos de baile, como en las películas. Estaba enamorado.
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Pasaron los meses y se amaron con locura. Ella estaba en el último año de carrera; él, a punto de conseguir el trabajo soñado durante muchos años. Viajaron juntos y hubo un verano maravilloso, el mar, los paseos por la playa, las noches cálidas. Cuando estaban juntos apenas necesitaban otra cosa. Ella se le aferraba, jadeante, sus ojos muy abiertos cerquísima de los suyos, abrazándolo como si pretendiera hundírselo para siempre en las entrañas. Te amaré toda mi vida, dijo él. Me parece que deseo un hijo, dijo ella. Que se parezca a ti. Que se nos parezca. El mundo era una trampa hostil, pero podía ser habitable, después de todo. Era posible, descubrieron sorprendidos, construir un lugar donde abrigarse del frío que hacía allá afuera: un refugio de piel cálida, de besos y de palabras. A veces se imaginaban de viejos, con nietos, libros, un pequeño velero con el que navegar juntos por un mar de atardeceres rojos y de memoria serena.
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Aquel año consiguió el trabajo por el que había luchado toda su vida. Un puesto de responsabilidad en una multinacional importante. El primer día que fue al despacho, al llegar a su mesa situada junto a la ventana con una vista maravillosa de la ciudad, pensó que había llegado a algún sitio importante, y que el triunfo también era de ella. Tenía que compartir ese momento, así que descolgó el teléfono y marcó el número de la casa donde ahora vivían juntos. Estoy aquí, lo he conseguido. Estoy en la cima del mundo, dijo. Y te quiero. Mientras hablaba sus ojos se posaron, distraídos, en el calendario que estaba sobre la mesa: martes 11 de septiembre. Luego se volvió a mirar por la ventana. El día era hermoso, los cristales de la otra torre gemela reflejaban el sol de la mañana, y un avión enorme se acercaba volando muy bajo.

(1) Perez-Reverte, Arturo (2005): No me Cogereís Vivo (2001-2005). Madrid, Alfaguara, Segunda Edición. pags. 63-65.