miércoles, 24 de diciembre de 2008

Canción de Navidad



Queridos amigos y herejes:

Ahora que en las épocas que corren está de moda detestar todo cuanto ayer se añoraba, ahora que el mercado y su parafernalia parece haberse erigido como supremo juez de la felicidad o desdicha de los seres humanos, quiero enviarles mi saludo de navidad reivindicando a un cantautor que me acompaña desde mis épocas universitarias hasta ahora. Silvio Rodríguez ha escrito innumerables canciones, pero hay una en especial que calza perfectamente con la parafernalia navideña que vivimos en esta época del año, donde las compras compulsivas y las tarjetas de crédito afloran instintivamente y al menor descuido, se llama Canción de Navidad y ahí se las dejo, con mis mejores deseos para ustedes….


CANCION DE NAVIDAD (Silvio Rodriguez)

El fin de año huele a compras,
enhorabuenas y postales
con votos de renovación;
y yo que sé del otro mundo
que pide vida en los portales,
me doy a hacer una canción.


La gente luce estar de acuerdo,
maravillosamente todo
parece afín al celebrar.
Unos festejan sus millones,
otros la camisita limpia
y hay quien no sabe qué es brindar.

Mi canción no es del cielo,
las estrellas, la luna,
porque a ti te la entrego,
que no tienes ninguna.

Mi canción no es tan sólo
de quien pueda escucharla,
porque a veces el sordo
lleva más para amarla.

Tener no es signo de malvado
y no tener tampoco es prueba
de que acompañe la virtud;
pero el que nace bien parado,
en procurarse lo que anhela
no tiene que invertir salud.

Por eso canto a quien no escucha,
a quien no dejan escucharme,
a quien ya nunca me escuchó:
al que su cotidiana lucha
me da razones para amarle:
a aquel que nadie le cantó.




(La foto reproducida abajo pertenece a un niño de la Comunidad Campesina de Quisinsaya que se encuentra a tres horas y media del Cusco, a través de una trocha condenada e inaccesible, hasta aquí llegaron un encomiable grupo del lugar donde trabajo, llevando juguetes y desayunos; alegrando, al menos por un día, a estos niños olvidados de la mano de Dios, del Estado y de todos nosotros)


lunes, 22 de diciembre de 2008

Lima, La Horrible


Como ya les contaba en un post anterior (“De Ninfomanías y Anuncios”), la francesa Valérie Tasso es la autora de la novela “Diario de una Ninfómana” (2005, Barcelona, DeBolsillo) de cuya película el cartel promocional había formado tremendo follón en Madrid.


Lo cierto es que, picado por la curiosidad, leí el libro de marras. Y, como era de esperarse, la historia es predecible hasta en los polvos que narra (en uno de ellos, la protagonista se mete a la cama con un descendiente de los incas y en otro, en plena Lima decadente, hace el amor a salto de mata, camino al cerro San Cristóbal, mientras su vida corre peligro por una turba indígena que no habían visto nunca a una gringa calata -¿?-). En fin, libros como estos los hay a montones y llegan a convertirse en best sellers gracias al público al cual van dirigido: fofos europeos ávidos de historias exóticas –y eróticas- que transcurren allende los mares.


Lo que sí resulta de antología (yo me desternillé de risa mientras lo leía) es la descripción que hace la protagonista de Lima (otrora ciudad de los Reyes y capital –por descuido- del Perú) a donde llega –terriblemente asustada- contra su voluntad y únicamente por motivos laborales (demás está decir, que aquí conoce a un príncipe ‘cobrizo’ con el cual da cuenta de varios polvos más a lo largo de los primeros capítulos).


Ahí se las transcribo, para que se deleiten:


“El aeropuerto de Lima se parece a un mercado de frutas y verduras. Es un caos que me deja aturdida apenas pongo el pie en territorio peruano, hasta que consigo pasar el control de pasaportes, cambiar soles peruanos y arrastrar mi maleta hasta la salida. Cuando las puertas del aeropuerto se abren hacia el exterior, me invade un calor húmedo, desagradable, que me anuncia ya noches de sudor y enfermedades gástricas. Me cuesta respirar, y un olor horrible a fruta podrida contamina el ambiente.”


“La ciudad de Lima es una gigantesca chabola donde muchas casas, a punto de derrumbarse, tienen bolsas de plástico a modo de techo. No me había imaginado esto. Busco con avidez una casa bonita, algún edificio residencial, niños con uniformes azul marino y calcetines negros saliendo de la escuela, pero no los veo. En su lugar, aparecen pequeñas caras sucias, con mocos secos. El taxista me señala con su dedo el mar y las playas de la ciudad. En un semáforo, se da la vuelta y me comenta:

-No vaya nunca a bañarse allí, señorita. Todas las playas de Lima están contaminadas. Tendrá que salirse la de ciudad para poder bañarse sin riesgo.”


Valérie Tasso se sienta en Lima