domingo, 30 de agosto de 2009

El Gigante de Paruro y el Feudalismo Agrario

Casi todos conocemos la magistral foto de Martín Chambi denominada "El gigante de Paruro" (1929), donde el gran fotógrafo cusqueño retrata a un inmenso campesino de las alturas de Paruro en el Cusco.

Casi todos quienes conocemos la foto hemos admirado la imponencia del gigante indígena y hemos regresado imaginariamente a un pasado imperial donde los Incas y sus súbditos poblaban y gobernaban estos lares.

Quizás sea conveniente observar la foto desde otra perspectiva:

"Dejemos, en efecto, la gigantesca talla de lado y reparemos más bien en la vestimenta. Es visible por debajo del poncho, en la miserable indumentaria, en el calzón a modo de pantalón que le ciñe el muslo hasta las rodillas, un tipo de ropa remendada, andrajosa. Pero eso no es acaso lo esencial. Estos trajes de bayeta o de tejidos no salían de tiendas o grandes almacenes sino del telar familiar indígena. No es que estas prendas respondiesen al gusto indígena o a una suerte de apego a sus costumbres. La respuesta es otra. La feudalidad económica del Perú condenaba a una serie de campesinos a trabajar fuera de todo sistema de remuneración. Más claramente, al interior de sus haciendas, sus 'trabajadores' no recibían dinero. El aspecto miserable del gigante de Paruro nos revela la pobreza extrema, la de los sirvientes campesinos en las grandes haciendas en el servicio de pongaje. Una práctica que sólo se interrumpe en 1969. Y pensar que hay todavía quienes repiten que la reforma agraria fue un desastre y que en consecuencia, esa situación precapitalista de servilismo debería haberse perpetuado hasta nuestros días."
(Hugo Neira, Cuzco: tierra y muerte. Lima, 2008, Editorial herética. 105 páginas)

jueves, 27 de agosto de 2009

De paseo con Hugo Neira por la Grecia Clásica

Mi amigo (y ahora compadre) Puñalón podrá decir lo que quiera, pero tener a Hugo Neira como profesor es un lujo para cualquier auditorio mínimamente informado.

La excusa se llama Teoría Política para una reforma del Estado (o algo así) y se dicta en el ámbito de la Maestría en Gobernabilidad Democrática, Económica y Social de la cual soy becario. El pasado sábado y domingo estuvimos inmersos en un recorrido por la Grecia Clásica, sus polis, su religión llena de dioses mundanos, Aristóteles y su teoría política y La Ilíada y La Odisea.

Informado y siempre rodeado de libros y citas para sustentar sus aseveraciones, sus clases son un delicioso recorrido por civilizaciones antiguas y mundos sepultados por la historia.

Correcto, sencillo y austero, no recurre a exabruptos para ganar la risa fácil del auditorio (manido lugar común al que recurren con frecuencia aquellos que son incapaces de mantener de otro modo la atención de su auditorio) y, antes bien, recomienda fervientemente una gran cantidad libros y revistas para ahondar en el estudio de los temas del curso (con aquella pasión desenfrenada que sólo tienen quienes aman los libros).

Si bien es cierto que sus posturas políticas pasadas lo condenan (de comunistoide acérrimo e ideólogo de la reforma agraria -el Cusco lo sabe muy bien- a filoaprista), en nada restan mérito al profesor que, apasionado con su trabajo de divulgación, contagia esa febril pasión a sus alumnos.

Hace tiempo, mucho tiempo, que no disfrutaba una clase como ahora. Tan distinto como cuando andaba en el colegio y la universidad, todo aún estaba por descubrir y los mediocres profesores me estropearon la ilusión.

sábado, 8 de agosto de 2009

El Cusco: otras voces, otro ámbitos

Vivo en el Cusco hace 10 años y siempre me ha parecido que su vida cultural es antagónica y paradójica.

Por un lado es una ciudad repleta de historia y cultura milenaria, y por otro, la mayoría de sus habitantes viven de espaldas a la modernización cultural (entendida a ésta como una actividad plena, actual, dinámica y, también, occidental). En el Cusco, en términos culturales, el pasado está más vivo que nunca, pero el presente y futuro no tiene acogida ni bienvenida.


Y conste que no hablo de los pobladores de escasos recursos económicos, aquellos cuya preocupación esencial es el pan que se llevarán mañana a la boca y no la última novela de Paul Auster. No. Hablo de aquella burguesía empresaria y emergente, cuyos miembros más jóvenes (y otros no tanto) se descalabran quemando con alcohol las últimas neuronas que les quedan en las discotecas de moda. Hablo de aquella clase media y alta, repleta de viejas y viejos (y otros no tanto) chismosos y pitucos que viven sacando lustre a un apellido que jamás lo tuvo en el pasado (los más llegaron a estos pagos con más hambre que dignidad) y que viven con holgura gracias a las rentas que generan sus casonas en el centro histórico.


Gustavo Faverón (con quien algunas veces concuerdo y otras muchas discrepo) en su blog Puente Aéreo (http://puenteareo1.blogspot.com/), refiriéndose al Cusco, ha escrito el artículo denominado "Moderno, cosmopolita e iletrado", donde da cuenta del fenómeno antes descrito. Demás está decir que le han caido con todo aquellos qosqorunas que piensan que está equivocado en su análisis. Lo reproduzco aquí, ustedes, queridos herejes, juzgarán...


"Moderno, cosmopolita e iletrado (¿Y si la modernización tuviera que comenzar por el principio?)


El Cusco es sin la menor duda una de las ciudades más cosmopolitas del Perú; la única en que se siente de inmediato la presencia de extranjeros y locales, capitalinos y provincianos, pequeños comerciantes y empresarios inmigrados, que dan forma a una urbe múltiple, cada vez más multilingüe, cada vez más abierta a todo tipo de influencia, cada vez más incierta y cambiante.


Al mismo tiempo, de manera poco menos que paradójica, es una ciudad políticamente inclinada hacia el balcón del nacionalismo humalista, y con ello a su discurso, que es una forma de chauvinismo, de xenofobia y de provincianismo a rajatabla.


Muchos cusqueños creen de manera intuitiva y pragmática en las virtudes del cosmopolitismo, pero siguen reaccionando visceralmente ante la realidad palpable de que el sur peruano está olvidado, marginado, mirado por sobre el hombro y acaso despreciado por el ojo del poder central.


Ven el auge del turismo como algo que han logrado ellos, y a la marginación secular del sur como responsabilidad limeña, del Estado y los sucesivos gobiernos. Entienden a Humala como alguien que podría transformar lo segundo sin afectar lo primero, lo cual, por supuesto, es más que dudoso.


En el Cusco hay una sola librería rescatable, la que administran, si no lo entiendo mal, La Familia y el Instituto Bartolomé de las Casas (y a esta última institución se debe la subsistencia de la única biblioteca interesante en la ciudad).


Todas las demás librerías, exceptuando a las que se abastecen totalmente de ediciones piratas, venden sobre todo volúmenes en inglés, francés, alemán e incluso portugués. Los libreros cusqueños presuponen (o peor aún: confirman y saben) que sólo hay negocio en vender libros a turistas, porque los peruanos no leen, y eso incluye a los que llegan desde Lima.


En el Cusco, actualmente, se presenta una sola pieza teatral, Paukartanpu, del grupo Kusikay. Es una pequeña obra inspirada formalmente en el mundo del circo y la danza (un poco a lo Cirque de Soleil, enormemente más modesto) y también en la tradición andina. La pieza no tiene diálogos, porque su director supone que su público objetivo es, también, foráneo.


Félix Reátegui me hace notar que el Aeropuerto Jorge Chávez, de Lima, es probablemente el único gran terminal aéreo internacional que no ofrece una librería siquiera decente a sus pasajeros. Lo han modernizado, eso sí. De hecho, ahora es un bello y cómodo aeropuerto. Pero, como dice Félix, parece que en el Perú "modernizar" implica, aunque sea lateralmente, derribar y desaparecer librerías o cosas similares.


Tampoco hay librería en el aeropuerto del Cusco.


Y no hay cine alguno respetable en la vieja capital imperial. Les pregunto a dos cusqueños al respecto y me dicen que la gente alquila películas pirateadas y las ve en casa. Una frase se me queda en la cabeza: "El cine ya no es novedad, ha pasado de moda".


Lucho Nieto Degregori me dice que en el Cusco hay un cineclub casero, que pasa películas informalmente, en DVD, en la pantalla de una tele.


Por algún motivo, todo esto me hace recordar cuando, a fines de los 90s, el diario El Comercio, en el que yo trabajaba, se sometió a un carísimo proceso de rediseño a cargo de una empresa consultora española. Parte del resultado fue reducir a cenizas la gruesa sección de internacionales que en el pasado ocupaba casi un cuerpo entero del periódico.


La otra medida notable de la "modernización" de El Comercio implicó la virtual desaparición de su sección cultural, que pasó a ser una especie de bebe nonato extraviado en las entrañas del cuerpo C del diario, entre noticias sobre Britney Spears, la moda en Hollywood y el mundo de la malnutrida farándula peruana.


Hace poco pasé tres semanas en Brasil. En Rio de Janeiro hay librerías que permanecen abiertas las 24 horas, que sirven café durante la noche y en cierto momento presentan música en vivo.


Rio es una megalópolis, eso está claro: difícilmente resulta comparable con alguna ciudad peruana, menos aún con una de provincias.


Pero a cuatro horas de Rio está Parati, una ciudad infinitamente más pequeña que el Cusco, y que, a pesar de ser turística, recibe mucho menos viajeros que Lima o Cusco. En Parati, sin embargo, hay al menos tres buenas librerías, que venden ediciones de todo el canon de lengua portuguesa y una selección notable de autores brasileños contemporáneos. Y hay un festival internacional de teatro y la famosa Fiesta Literaria, cada año en julio.


El Cusco es una ciudad hermosa y sui generis, acaso única en el mundo; su industria turística florece, los hoteles abundan y son cada vez más bellos, hay restaurantes de todo tipo en cada cuadra del casco antiguo y no pocos fuera de él.


Es bastante limpia, tiene una lógica propia, es acogedora, descubre secretos en cada esquina, resulta apasionante, invita a regresar e incluso a quedarse. Comparada con la ciudad que vi en mis cinco viajes anteriores al Cusco, en los últimos veinticinco años, la urbe de hoy está evidentemente mejor equipada para recibir y acomodar.


Y tiene otros puntos cada vez más altos: a la restauración de los monumentos históricos se suman la proliferación de museos bien mantenidos (el notable Museo de Arte Precolombino); el auge de visitas de académicos ligados al mundo de la historia, la antropología, la sociología, la arqueología; el crecimiento de los campus universitarios; la actividad de algunos escritores y músicos, el mantenimiento de la tradición de los Mérida y los Mendívil, etc.


No se nota, sin embargo, que una vez traspuesto el centro histórico las cosas hayan cambiado mucho para mejor: la pobreza reina, la vida sigue siendo endeble y difícil, precaria: las calles sin asfaltar abundan, muchas zonas carecen de agua y de luz, las barriadas crecen sin concierto, trepan los cerros circundantes y empiezan a declinar por la otra ladera.


Quienes piensan que basta con la inversión privada y la abundancia de divisas circulando en una región para que los marginados salgan del rincón al que se les ha empujado, están en un error que el Cusco demuestra visiblemente: una modernización caótica también puede circular por compartimentos estancos, cerrarse en circuitos herméticos, arrimar más allá a quienes ya estaban abismados desde antes.


La modernización estrictamente comercial, la que se deja confiada al establecimiento de nuevos negocios y nuevas empresas, no necesariamente conduce a la promoción de eso otro de lo que el Cusco parece carecer, todavía, en enorme magnitud: la producción y la distribución de una cultura contemporánea, que yo --acaso, quién sabe, por malformación profesional-- sigo viendo ligada a los libros, las librerías, las bibliotecas, las galerías, los teatros, los cines, las facultades de humanidades, de artes, cosas así.


Pero claro: no hay lugar para ello en un mundo en que la educación escolar sigue siendo, para el Estado, una entenada que uno mantiene de mala gana, en la que se invierte una miseria que multiplica la miseria previa en lugar de corregirla, y a nombre de la cual se hacen pobres campañas de alfabetización que son apenas un remiendo en un tapiz infinitamente agujereado.


Corregir eso es la única manera de comenzar una modernización que provoque el establecimiento de una verdadera forma de modernidad."

sábado, 1 de agosto de 2009

Sábado a la madrugada con Wishbone Ash

Es extraña la sensación de estar solo. A veces, cuando no hay oportunidad y uno anda en mil y una cosas, atareado, maldiciendo al mundo, aburrido y cansado de la rutina, secretamente hace planes imaginarios para enviar todo al diablo y descansar perniabierto haciendo las cosas que más le gustan, disfrutar de unas vacaciones bien merecidas. Luego, cuando por fin llega el tiempo antes tan añorado, uno se abruma, se desconcierta y no sabe qué demonios hacer con tanto tiempo libre. Así de contradictorios solemos ser los seres humanos.

Por ejemplo, este humilde hereje. Sábado a la madrugada y la casa en completo silencio. Miles de cosas pendientes por hacer y planeadas de antemano. Decenas de libros esperando su oportunidad. Y, de improviso, un completo desgano vital, un aburrimiento digno de mejores causas. Felizmente suena en el equipo "Argus", el tercer disco de los magistrales Wishbone Ash. Mientras avanza la canción "Time Was", la vida, poco a poco, parece que va recobrando nuevamente su sentido.

La magia del rock que le dicen.