miércoles, 23 de febrero de 2011

Javier Heraud: Poema


Quisieron ser iguales los hombres.
                                     Y eran hombres.
Sólo que no se daban cuenta.
Quisieron gozar y sufrir como los hombres.
                                    Y eran hombres.
Quisieron morir como los hombres.
                                     Han muerto.
Ahora sí que saben qué hombres eran.
                                    Son hombres.
                                                          (1958)

lunes, 21 de febrero de 2011

La insoportable inmadurez del ser


En casi todas las películas de Woody Allen el azar suele jugar un papel fundamental en determinar el destino de sus protagonistas. El destino, en ese sentido, no es otra cosa que las piezas de ajedrez movidas por un Dios detrás de Dios del que hablaba el poema de Borges. Casi siempre, las fichas dispuestas en ese enorme tablero que es la vida acaban firmando tablas, en el mejor de los casos y, en el peor, suscribiendo la defunción del rey.

La última película de Allen, "You will meet a tall dark stranger" (2010)  (traducida extrañamente al castellano como "Conocerás al hombre de tu vida") es un manifiesto acerca de la mediocridad de la que están pobladas nuestras relaciones afectivas en los tiempos que corren, de cómo solemos angustiarnos por perseguir una felicidad que es cada vez más esquiva, de cómo el destino se burla de nuestras insatisfacciones. Aquí no hay golpes de suerte como en Matchpoint, aquí lo que puede salir mal sale de todas maneras mal.

El amor evidentemente es el leivmotiv de este cúmulo de historias entrecruzadas donde cada personaje va construyendo, poco a poco, el pozo de donde ya no podrá salir. Sin embargo, la narración es ajena al tono fatalista y sombrío que podría adoptarse (y que constituye una marca registrada de Woody Allen); aquí los personajes se van a la mierda con una sonrisa cómplice del espectador. La comedia es la excusa para presentarnos en toda su dimensión la fatalidad de la que está hecha la vida de los hombres.

Los protagonistas también dan la talla: Anthony Hopkins (primera vez dirigido por Allen) es un correcto anciano preocupado por alcanzar una plenitud física y sexual que ya le es esquiva y que lo lleva a divorciarse de su arcaica esposa (una brillante Gemma Jones) y volver a casarse con una prostituta escandalosa y venida a menos (Lucy Punch). También está la bellísima Naomí Watts (con esa belleza que a las mujeres solo le otorga la madurez) quien debe sobrellevar un anodino matrimonio con un escritor frustrado (Josh Brolin) y un amor no correspondido con su jefe snob (Antonio Banderas). El hilo conductor de todos ellos es una charlatana adivinadora del futuro que con sus predicciones ocasiona más de un desarreglo. En suma, el reparto cumple a cabalidad la función de representar la tragicomedia montada por Allen para ilustrarnos acerca de cómo la vida se encuentra en otra parte, menos allí donde la esperamos.

En los primeros 7 minutos de la película, Allen, de manera brillante, nos presenta a todos los personajes de la historia. El resto de la narración está dedicada a mostrarnos su inevitable -y a veces cómica- caída.

Háganse un favor y véanla.

  

lunes, 7 de febrero de 2011

Blues for Gary


Se fue a los 58 años. Una edad donde uno ya no es una joven promesa pero el queda el innegable talento que te brinda la experiencia. Estaba en Málaga de vacaciones y, al parecer, su agotado y bluesero corazón no quizo consentir unos acordes más. Se fue como los grandes. Sin despedirse. Sin lágrimas ni adioses inoportunos. Se quitó sin más.

Gary Moore (1952-2011) fue uno de aquellos eximios guitarristas de segunda fila, sin que esto signifique desmedro o falta de maestría. Nada de eso. Lo suyo era la guitarra eléctrica y afilada. Lo supo Thin Lizzy que lo tuvo entre sus filas. Lo supo también el gran Peter Green que lo recomendó ante la CBS para que lo ficharan. Lo suyo era era el hard rock y el heavy. El blues -la etapa que más prefiero- fue un amor tardío pero no menos importante. Su guitarra lloraba con esos acordes sobre el amor sucio y no correspondido.

Ahora, mientras escucho el magnífico disco "Blues for Greeny" (1995), donde plasmó toda su admiración por Peter Green y el blues duro de Fleetwood Mac, creo que Moore, allá arriba, ya está afinando su vieja guitarra y buscando a Rory Gallagher y a Hendrix para bajarse unas botellas de whisky.

Hasta luego, maestro.   

martes, 1 de febrero de 2011

La noche devastada


Las memorias del cubano Reinaldo Arenas, “Antes que anochezca” (Barcelona, Tusquets editores, 7º edición. 343 páginas),  es un libro devastador en varios sentidos.

En primer lugar, porque desnuda la miseria de la revolución cubana, aquel experimento social que entusiasmó a gran parte de Latinoamérica, pero que, luego de muy poco tiempo, terminó plagada de oscuros funcionarios y soplones de toda laya, donde la sola palabra crítica, disidente  o contraria al régimen era –y es- condenada como delito y castigada con prisión efectiva en unas cárceles que se asemejan a degradantes campos de concentración. Reinaldo Arenas tuvo la desdicha de encarnar todo lo condenado por los progresistas barbudos que tomaron el poder a partir del 1º de enero de 1959 en la pequeña isla caribeña: era escritor, homosexual y disidente.

El testimonio de Arenas sobre su vida en Cuba es conmovedor y desgarrado. Al principio, aun adolescente, se pliega vigorosamente a la revolución que se venía gestando y que culmina en la toma del poder por parte de Fidel Castro y sus milicianos. Después, poco a poco, va cayendo en cuenta del gran embuste que significaba el régimen que solicitaba sacrificios del pueblo a cambio de discursos floridos y promesas etéreas. Su devoción por la literatura lo lleva a escribir como poseso sus novelas y poemas y pedir a sus amigos que le guarden sus manuscritos originales por temor que caigan en manos de los burócratas del servicio de inteligencia, donde, de seguro, lo condenarían por escribir aquellos despropósitos en una isla donde en teoría el paraíso había sido instaurado en la tierra. Aquel ir y venir de sus manuscritos lo llevó a reescribir de memoria más de tres veces “Otra vez el mar” (una de sus más logradas novelas y que mi dilecto amigo puñalón secuestró de mi biblioteca sin devolución hasta la fecha) porque, por alguna u otra razón, aquel endemoniado manuscrito se perdía una y otra vez. Hasta que sucedió lo inevitable. Le fabrican una denuncia y dictan orden de arresto contra él. Se escapa y logra refugiarse en el Parque Lenin de La Habana por algunos meses, trepado a los árboles y durmiendo como mono colgado en ellos, con la única compañía de un viejo ejemplar de La Ilíada. Teme perder la razón y se deja capturar. La prisión a donde lo envían es en realidad un campo de concentración disfrazado donde los seres humanos son tratados como escoria, trata de suicidarse pero falla. La vida, poco a poco, se vuelve una oscura pesadilla de la cual teme no despertar. 

Los suplicios y vejaciones sufridas por Arenas no las narra el yo ficcional del escritor, las sufre él mismo en carne propia y por tanto son el testimonio de un sobreviviente, de alguien cuyo error fue no coincidir con el régimen implantado y que por lo mismo tuvo que padecer los vericuetos de un sistema desalmado y kafkiano que condenaba a la desaparición cualquier intento de disidencia. Si alguien, aun en la actualidad, defiende (con candor o ingenuidad) el régimen cubano, bastaría una lectura de estas descarnadas memorias escritas por un cubano cuyo único delito consistió en declarar abiertamente su insatisfacción con el estado de las cosas existente para reconsiderar los entusiasmos progresistas con relación a Cuba. 

En segundo lugar, el libro también es devastador en la descripción abierta e impudorosa de la homosexualidad de Arenas y de los homosexuales en Cuba en aquellos primeros años de la revolución cubana. Según confesión propia, Arenas tuvo encuentros sexuales con más de 5000 hombres en Cuba, muchos de ellos altos oficiales y soldados rasos que representaban la virilidad de la revolución. Sin embargo, esta condición y estas preferencias son narradas de una manera espontánea, sin complejos ni remordimientos de ningún tipo, como una consecuencia previsible y natural de las preferencias sexuales de su autor. Incluso en las más sórdidas aventuras, la libertad de hacer lo que a uno le plazca es la guía que ilumina el camino de Arenas.

Al fin, con la apertura del Puerto Mariel en Cuba para dejar salir a todos los indeseables de la impoluta revolución cubana (homosexuales, orates, delincuentes y un largo etcétera), Reinaldo Arenas consigue escabullirse del férreo control del régimen cubano contra él, y cambiando una letra de su apellido –Arinas por Arenas- logra embarcarse en una de esas naves repletas de desesperados cubanos que dejando atrás familia y sueños destrozados, logran, por fin, escapar del "paraíso terrenal".

Sin embargo, ya una vez libre, aquella libertad sexual le pasaría la factura. Le detectan sida y, muy enfermo ya, antes del fin (antes que anochezca) decide suicidarse, en el ejercicio último de su libertad de decidir. Estamos en Nueva York, en el mes de diciembre del año 1990 y la noche afuera ya llegó.      

 CARTA DE DESPEDIDA DE REINALDO ARENAS ANTES DE SUICIDARSE:

“Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida. En los últimos años, aunque me sentía muy enfermo, he podido terminar mi obra literaria, en la cual he trabajado por casi treinta años. Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también la esperanza de que pronto Cuba será libre. Me siento satisfecho con haber podido contribuir aunque modestamente al triunfo de esa libertad.  Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean está comprometida con esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro, seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país. 

Al pueblo cubano, tanto en el exilio como en la isla, los exhorto a que sigan luchando por la libertad. Mi mensaje no es un mensaje de derrota sino de lucha y esperanza. 

Cuba será libre. Yo ya lo soy”