Se fue a los 58 años. Una edad donde uno ya no es una joven promesa pero el queda el innegable talento que te brinda la experiencia. Estaba en Málaga de vacaciones y, al parecer, su agotado y bluesero corazón no quizo consentir unos acordes más. Se fue como los grandes. Sin despedirse. Sin lágrimas ni adioses inoportunos. Se quitó sin más.
Gary Moore (1952-2011) fue uno de aquellos eximios guitarristas de segunda fila, sin que esto signifique desmedro o falta de maestría. Nada de eso. Lo suyo era la guitarra eléctrica y afilada. Lo supo Thin Lizzy que lo tuvo entre sus filas. Lo supo también el gran Peter Green que lo recomendó ante la CBS para que lo ficharan. Lo suyo era era el hard rock y el heavy. El blues -la etapa que más prefiero- fue un amor tardío pero no menos importante. Su guitarra lloraba con esos acordes sobre el amor sucio y no correspondido.
Ahora, mientras escucho el magnífico disco
"Blues for Greeny" (1995), donde plasmó toda su admiración por Peter Green y el blues duro de Fleetwood Mac, creo que Moore, allá arriba, ya está afinando su vieja guitarra y buscando a Rory Gallagher y a Hendrix para bajarse unas botellas de whisky.
Hasta luego, maestro.
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