miércoles, 25 de mayo de 2011

Simpatía por el diablo


En el fondo, al fin y al cabo, no es más que una tierna y dulce historia de amor.

¿Qué podría hacer uno si, de la noche a la mañana, descubre que el amor de su vida aparece violada y muerta y, además, todo el mundo cree firmemente que el culpable es uno mismo? Emborracharse y despotricar contra Dios y sus vírgenes sería comprensible. Pero, ¿si después de una noche de alcohol y maldiciones, al día siguiente, en plena resaca, descubrimos que dos pequeñas protuberancias -vamos, cuernos- nos están saliendo en la frente y que nos vamos pareciendo al demonio?

Este es el inicio de la nueva historia de Joe Hill, el hijo de Stephen King, y a quien la sombra de su célebre padre parece ya no incomodarle. Talento le sobra. Historias, también. Su nueva novela es un tremendo ejemplo de ello.

En esta metamorfosis oscura y asfixiante, la vida del protagonista, Ignatius Perrish, va descendiendo en una espiral demoníaca, mientras ve -con absoluto estupor- que no solo va adquiriendo la apariencia física del mismísimo diablo, sino que, además, comienza a tener sus talentos: la gente que físicamente está cerca de él termina por confesarle sus más profundos y oscuros deseos y sus más terribles pecados. A partir de allí, comenzará a recorrer un tormentoso camino en busca del asesino de su novia.

Es complicado comentar una novela como esta sin romper su encanto con argumentos excesivos. Basta decir aquí que, una vez más, Joe Hill, el segundo hijo de Stephen King, ha vuelto a dar en el blanco (¿o mejor sería decir en el negro?).

"Pleased to meet you / hope you guess my name" 

sábado, 14 de mayo de 2011

All you need is PAUL (Macca en Lima, 09 de mayo de 2011)


Yo nací tres años después que los Beatles se disolvieron. Sin embargo, aprendí a crecer con su música como una grata presencia constante y casi toda mi vida puede explicarse con sus canciones.

El pasado 09 de mayo uno de aquellos sueños que de tan lejanos parecen inconcebibles fue hecho realidad. Paul McCartney, uno de los músicos fundamentales del siglo XX y protagonista fundamental de los Beatles, ofreció el mejor concierto que haya visto y disfrutado la usualmente fría Lima. Las casi cincuenta mil personas que nos reunimos aquel día en el Estadio Monumental como absortos acólitos de una extraña religión, pudimos escuchar y disfrutar en directo a nuestro sumo pontífice.

Atrás quedaron las innumerables dificultades para acceder al estadio: la interminable caminata -el "Woodstock cholo", como acertadamente lo calificó Danny-, el tránsito endemoniado que se apoderó de esa parte de la ciudad y la lucha interna con una vieja oclofobia que esperaba agazapada para actuar, poco o nada importaban; cuando sonaron los acordes de "Hello Goodbye", miles de recuerdos y sentimientos se agolparon en la mente y el corazón y el sueño acababa de empezar.

En mi caso, los 38 años de espera (en otros, toda una vida) estaban siendo largamente recompensados. El viejo Paul se mostraba en la mejor de sus formas, pasando del bajo, a la guitarra -acústica y eléctrica-, al piano y hasta el ukulele. Con un español rescatable para dirigirse a su público, uno de los genios más grandes de la música popular que haya visto el mundo jamás, ofrecía -una tras otra, sin dar un respiro siquiera- aquel puñado de canciones inmortales que nos han acompañado por todas las etapas de nuestra vida. Uno debía respirar hondo y frotarse los ojos para poder aquilatar que Paul McCartney estaba frente a nosotros cantando aquellos sueños de tres minutos y unos cuantos acordes.

Usualmente se suele decir que el público limeño es bastante frío y apático, indiferente, que no se emociona con nada y que, en comparación, por ejemplo, con el argentino, somos un chancay de a veinte. Sin embargo, aquella noche, el Estadio Monumental fue exorcizado de todos sus mediocres demonios futboleros, la masa se agitaba y rugía como un cataclismo adelantado y correspondía todos los chascarrillos de Macca con aplausos, vivas y vítores. Además todo el mundo cantó todo, imposible no reconocer ni acompañar las letras que, día a día, sonaban en nuestros viejos vinilos, nuestros discos compactos, nuestros MP3 y nuestras mentes y corazones (solitarios).  

Imagino que cada uno de los asistentes a aquella inolvidable noche tienen su particular momento emotivo, aquel en el cual el alma se encoge como el universo antes de estallar y, como el Aleph de Borges, toda la vida se condensa en un solo punto. En mi caso fueron varios, cuando le dedicó aquel manifiesto de amor desgarrado llamado "Here Today" a Lennon; cuando, con su ukulele, dedicó "Something" (una de las mejores canciones de amor escritas jamás) a Harrison -imposible no coger el teléfono y hacer participar a los que se quedaron lejos de ese momento en el cual las lágrimas no podían ser contenidas más-; cuando en el piano sonaron los acordes de "Let it be" y "Hey Jude" (aquellas piezas fundamentales de los Beatles, cantadas mil veces con los compinches de siempre en mi cuarto de Los Olivos, embotados en alcohol y con el eterno cigarrillo entre los dedos); cuando sonaron los acordes de "A day in the life" empalmada con "Give peace a chance" y en la pantalla las imágenes de Lennon tomaban por asalto el escenario. Cuando cantó sobre toda aquella gente solitaria que no se sabe de dónde viene en "Eleanor Rigby" y cuando habló del pasado y de los amores perdidos en "Yesterday"; cuando la pirotecnia estalló en "Live and let die" ("Cuando eras joven y tu corazón era un libro abierto..."); cuando cantó aquel himno optimista llamado "Ob-la-di Ob-la-da" ("life goes on...bra") y cuando el rock se desató en "Back in the U.S.S.R", "Helter Skelter", "I've got a feeling" y "Get back". Aquellos momentos de emoción con el alma encogida en un puño son impagables.

Al final, cuando todo terminó, con mi querido viejo amigo de siempre, Danny, nos quedamos en el Estadio
durante 40 minutos, tratando -cada uno a su modo- de sopesar y procesar lo que había pasado en esa noche mágica. Esa sensación, absorto y alucinado, me acompañó todo el interminable trayecto de regreso a casa y me impidió dormir a pesar de lo cansado que estaba y que al día siguiente debía estar temprano en el aeropuerto de vuelta a mi andina ciudad.

Aquella noche, al menos por tres horas, Lima entró en la historia de la música de inmejorable forma.

All you need is Paul!!!!!!!!

PD: Estas líneas son para mi hermano Hugo, quien, cuando yo era solo un chiquillo mocoso y él estaba en el Colegio Militar, me dejaba al alcance de la mano sus vinilos de los Beatles y que yo solía escuchar -aun imberbe- en el viejo tocadiscos de mi sala. No recuerdo muchas cosas de mi infancia -envidio a los que sí- pero una de las pocas imágenes vívidas que tengo de esos años es el extraño sonido que salía del Abbey Road y que me gustaba escuchar, una y otra vez. Gracias Hugo, por esta y muchísimas cosas más.





SET LIST
Hello Goodbye
Jet
All My Loving
Letting Go
Drive My Car
Sing The Changes
Let Me Roll It
The Long And Winding Road
Nineteen Hundred and Eighty Five
Let 'Em In
I've Just Seen A Face
And I Love Her
Blackbird
Here Today
Dance Tonight
Mrs Vandebilt
Eleanor Rigby
Something
Band on the Run
Ob-La-Di, Ob-La-Da
Back In The USSR
I've Got A Feeling
Paperback Writer
A Day In The Life / Give Peace A Chance
Let It Be
Live And Let Die
Hey Jude

Encore
Day Tripper
Lady Madonna
Get Back

Second Encore
Yesterday
Helter Skelter
Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band / The End





sábado, 7 de mayo de 2011

Piedritas en la ventana


De vez en cuando la alegría
tira piedritas contra mi ventana
quiere avisarme que está ahí esperando
pero me siento calmo
casi diría ecuánime
voy a guardar la angustia en un escondite
y luego a tenderme cara al techo
que es una posición gallarda y cómoda
para filtrar noticias y creerlas

quién sabe dónde quedan mis próximas huellas
ni cuándo mi historia va a ser computada
quién sabe qué consejos voy a inventar aún
y qué atajo hallaré para no seguirlos

está bien no jugaré al desahucio
no tatuaré el recuerdo con olvidos
mucho queda por decir y callar
y también quedan uvas para llenar la boca

está bien me doy por persuadido
que la alegría no tire más piedritas
abriré la ventana
abriré la ventana.
                        (Mario Benedetti)

domingo, 1 de mayo de 2011

Ernesto Sabato: Antes del fin


Ernesto Sabato se fue 55 días antes de cumplir los cien años. Se cansó de esta vida que él mismo se ocupó de mirarla desde tantos ángulos distintos. Nos dijo adiós y cerró sus maltratados ojos, esta vez para siempre. Este mes de abril -a pesar de todo lo bueno que trajo- sigue siendo el más cruel.

Él fue responsable que todas las chicas que me gustaran en la universidad les cambiara el nombre por "Alejandra", buscando inútilmente en ellas a aquel personaje tan entrañable de "Sobre héroes y tumbas". Sus ensayos (aun recuerdo el estremecimiento cuando descubrí 'Uno y el universo'), leídos al fondo de una aburrida clase de derecho, fueron mis mejores lecciones de filosofía, ética y moral. En sus pocas novelas aprendí más de la vida que en las esquinas de mi calle.

Con su doctorado de física a cuestas, en París, se fue a refugiar entre los surrealistas franceses, aburrido de ver pasar la vida desde el Labotario Curie ("Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas. En el Dome y en el Deux Magots, alcoholizados con aquellos heraldos del caos y la desmesura, pasábamos horas elaborando cadáveres exquisitos"). Cansado de la ciencia, descreído y escéptico, abandona una prometedora carrera en la física y decide refugiarse en la literatura y pintura. "El Túnel" es una de sus primeras ficciones, aun cuando sus ensayos ya eran conocidos ("Bastará decir que soy Juan Pablo Castell; el pintor que mató a María Iribarne..."), después vendrían "Sobre héroes y tumbas" y "Abaddón el exterminador", tres novelas con las cuales su prestigio y calidad como escritor comienzan a ser unánimemente reconocidos. Recibe el premio Cervantes en 1984, pero ni aún así dejó de quemar a la tarde todo aquello que escribía durante el día.

Luego de recuperada la democracia en Argentina, el presidente Raúl Alfonsín le encomendó la difícil tarea de presidir la CONADEP, una comisión encargada de investigar las violaciones de derechos humanos en la Argentina durante la dictadura y que dio origen al estremecedor informe: 'Nunca más': "Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ¡Nunca más!" (palabras del Fiscal Strassera en el juicio a las Juntas Militares). 

Su mujer de siempre, Matilde (a quien conoció a los 17 años, en el partido comunista) se fue hace 13 años, dejándolo en una profunda tristeza. Abandonó para siempre la escritura (la ceguera galopante que lo acosaba no le dio tregua alguna) y se refugió en la pintura y la música. Quizás la muerte -esa dama impía que no respeta nada- lo encontró así, sereno y tranquilo, con un pincel a la mano y con un viejo tango resonando en las paredes de su casa.

El día de ayer fue uno aciago, no solo para la Argentina, sino para todos aquellos que lo sentimos -a través de sus novelas y ensayos- como un viejo maestro, como un padre intelectual distante pero no por eso menos cariñoso ni generoso. Hasta siempre maestro Sabato, por aquí se te extrañará mucho.

 "Les propongo, entonces, con la gravedad de las palabras finales de la vida, que nos abracemos en un compromiso... sólo quienes sean capaces de sostener la utopía, serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido"


Ernesto Sabato, 24/06/1911 - 30/04/2011