lunes, 22 de diciembre de 2008

Lima, La Horrible


Como ya les contaba en un post anterior (“De Ninfomanías y Anuncios”), la francesa Valérie Tasso es la autora de la novela “Diario de una Ninfómana” (2005, Barcelona, DeBolsillo) de cuya película el cartel promocional había formado tremendo follón en Madrid.


Lo cierto es que, picado por la curiosidad, leí el libro de marras. Y, como era de esperarse, la historia es predecible hasta en los polvos que narra (en uno de ellos, la protagonista se mete a la cama con un descendiente de los incas y en otro, en plena Lima decadente, hace el amor a salto de mata, camino al cerro San Cristóbal, mientras su vida corre peligro por una turba indígena que no habían visto nunca a una gringa calata -¿?-). En fin, libros como estos los hay a montones y llegan a convertirse en best sellers gracias al público al cual van dirigido: fofos europeos ávidos de historias exóticas –y eróticas- que transcurren allende los mares.


Lo que sí resulta de antología (yo me desternillé de risa mientras lo leía) es la descripción que hace la protagonista de Lima (otrora ciudad de los Reyes y capital –por descuido- del Perú) a donde llega –terriblemente asustada- contra su voluntad y únicamente por motivos laborales (demás está decir, que aquí conoce a un príncipe ‘cobrizo’ con el cual da cuenta de varios polvos más a lo largo de los primeros capítulos).


Ahí se las transcribo, para que se deleiten:


“El aeropuerto de Lima se parece a un mercado de frutas y verduras. Es un caos que me deja aturdida apenas pongo el pie en territorio peruano, hasta que consigo pasar el control de pasaportes, cambiar soles peruanos y arrastrar mi maleta hasta la salida. Cuando las puertas del aeropuerto se abren hacia el exterior, me invade un calor húmedo, desagradable, que me anuncia ya noches de sudor y enfermedades gástricas. Me cuesta respirar, y un olor horrible a fruta podrida contamina el ambiente.”


“La ciudad de Lima es una gigantesca chabola donde muchas casas, a punto de derrumbarse, tienen bolsas de plástico a modo de techo. No me había imaginado esto. Busco con avidez una casa bonita, algún edificio residencial, niños con uniformes azul marino y calcetines negros saliendo de la escuela, pero no los veo. En su lugar, aparecen pequeñas caras sucias, con mocos secos. El taxista me señala con su dedo el mar y las playas de la ciudad. En un semáforo, se da la vuelta y me comenta:

-No vaya nunca a bañarse allí, señorita. Todas las playas de Lima están contaminadas. Tendrá que salirse la de ciudad para poder bañarse sin riesgo.”


Valérie Tasso se sienta en Lima

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