
Ignoro la razón de esta atracción, pero fácilmente puedo quedarme sentado frente a la pantalla, totalmente electrizado, las tres horas que en promedio dura un partido, como si se tratara de un clásico intercontinental de fútbol con mi equipo favorito de protagonista -en realidad ninguno-.
Imagino que el tenis es uno de los pocos deportes que enfrentan directamente a dos individuos, aislados de todo, donde cada cual depende de uno mismo, de sus fuerzas, imaginación y coraje para vencer o morir en el intento (descarto el box y las luchas, la violencia la dejo para el ajedrez). Aquí no hay equipos donde basta que uno esté inspirado para salvar el día y entonces se salvan todos, no, aquí hay únicamente dos gladiadores armados con su raqueta que salen a dejar la sangre en la arena, intercambiando proyectiles a 190 kilómetros por hora y donde el éxito y el fracaso depende -única y exclusivamente- de dos brazos poderosos, ágiles piernas y reflejos a prueba de balas.
La madrugada de hoy, por esas casualidades de la vida y del insomnio, pude presenciar acaso el mejor partido de tenis de los últimos tiempos. Roger Federer (el número uno del mundo, canchero e imperturbable) se enfrentaba a un desconocido -para mí- chibolo serbio llamado Janko Tipsarevic. Mero trámite habrá pensado el suizo -que no es santo de mi devoción- y se llevó tremenda sorpresa (después dijo que el partido había sido 'un infierno'). Fueron 4 horas y 23 minutos de pura fuerza y tensión. El serbio, con sus lentes de intelectual a la moda, estuvo delante casi todo el partido, sacando magistrales jugadas del sombrero y haciendo frente al suizo y sus criminales aces. Al final, la última batalla, el quinto set, fue para el suizo 10 games a 8.
Ave Caesar, morituri te salutant!!!

No hay comentarios.:
Publicar un comentario