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Raúl Brozovich Mendoza (1928-2006) nunca lo conocí.
Era cusqueño, poeta y uno de los últimos malditos auténticos (no los de pacotilla, tan abundantes en nuestra capital -la oficial, no la histórica-).
Murió anciano, solo y pobre (con una mísera pensión universitaria, como todo reconocimiento), alejado de la cultura oficial y de los textos escolares, de los fuegos de artificio y las candilejas que seducen a los intelectuales de dos por medio que pueblan el Haití y la Tiendecita Blanca. Su destino fue el mismo de muchas de las mentes más lúcidas de este malhadado país.
Escribía poesía pero detestaba publicar (por falta de ganas o por ausencia de ofertas, vaya uno a saber), sus poemas -tributarios de
Vallejo, Maiakovski, Pound, Dylan y Kavafis, como él mismo solía repetir- son de una vitalidad inusitada y muchos de ellos dan vuelta por ahí, desperdigados, sin que haya un solo O'hara que los rastree y rescate.
Sus cuadernos conocidos y publicados son pocos:
"La Rosa Blindada", "Fábrica de Sueños", "Del Cielo Bajó un Extraño Resplandor", "Vallejianas", "Poemas Populares", "Pintura en Blanco y Negro" y "Pop Art". Los desconocidos e inéditos son un misterio, perdidos ya quizás para siempre.
Detestaba las entrevistas (por falta de ganas o de oportunidades, vaya uno a saber) y la única que se le conoce en vida la otorgó a Mario Guevara Paredes ("
La poesía es un sueño errante") y salió publicada en la revista andina de cultura "Sieteculebras", bajo el número 6, junio-julio de 1994.
Su rostro pasa con facilidad por la de un poeta beat, surcado por arrugas como las interminables aventuras y excesos que protagonizó en el ombligo del mundo y más allá de él también.
Es legendaria -ignoro si cierta- la anécdota según la cual, absolutamente borracho, cuadró a un joven y arrogante Vargas Llosa en una picantería del centro del Cusco, diseccionando la técnica de la Casa Verde con una cabeza de carnero como pizarra sacada minutos antes de la olla hirviendo, ante la asustada mirada de los comensales y demás acompañantes del escritor arequipeño.
Son pocos los libros publicados de su poesía; uno de ellos, el que quizás constituye el más rescatable intento de antologarlos (su resultado, lamentablemente, es otro) se llama:
"El Duro Oficio de Vivir"*. De ahí extraigo el siguiente poema, como homenaje y reconocimiento al querido "Brozo", aquel que no pudo desligar jamás la poesía de su experiencia vital:
EL DURO OFICIO DE VIVIRen el interior de un ómnibusun niño cantadetrás de las ventanillasuno observala gente pasarinadvertidoel niño está delante de tiprosigue su voz delgadajerigonzas de waynoso letras sincopadasdel vals criolloconfusode extraña vergüenzauno saca una monedadel subsuelo del corazónel arte de vivir obligael niño ha cesado de cantarbasta de cavilaciones oscurasla rosa negra de la lluvia despeinaagua sucia de hórridos sufrimientosebriedad purasentimiento fácilla oscuridad de los recuerdos graba-dulcemente la imagen del amory piensaspiensas tal vezese niño que ha sucedidooblicuamanodelgadasea yo o túen las aceras los transeúntes apuran el pasolluevela gente bosteza-retira los centavos de su flaca pobreza-el niño insisteha vuelto a cantar.* BROZOVICH, Raúl (2006): El Duro Oficio de Vivir. Cusco, Rectorado de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco. 289 páginas.
1 comentario:
Canalla, ese libro lo requiero en tu próxima visita para Lima, para "fotocopearlo"...no olvides, sino: no hay chelas..
Descubrir a Brozo es una aventura, el Perú se queda sin poetas, hace poco murió Juan Ramirez Ruiz, quien nunca capituló y eso le valió el olvido de los culturetas de siempre...
Seapenepatria,
Adios,
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