domingo, 13 de enero de 2008

Brozovich y El Duro Oficio de Vivir


A Raúl Brozovich Mendoza (1928-2006) nunca lo conocí.

Era cusqueño, poeta y uno de los últimos malditos auténticos (no los de pacotilla, tan abundantes en nuestra capital -la oficial, no la histórica-).

Murió anciano, solo y pobre (con una mísera pensión universitaria, como todo reconocimiento), alejado de la cultura oficial y de los textos escolares, de los fuegos de artificio y las candilejas que seducen a los intelectuales de dos por medio que pueblan el Haití y la Tiendecita Blanca. Su destino fue el mismo de muchas de las mentes más lúcidas de este malhadado país.

Escribía poesía pero detestaba publicar (por falta de ganas o por ausencia de ofertas, vaya uno a saber), sus poemas -tributarios de Vallejo, Maiakovski, Pound, Dylan y Kavafis, como él mismo solía repetir- son de una vitalidad inusitada y muchos de ellos dan vuelta por ahí, desperdigados, sin que haya un solo O'hara que los rastree y rescate.

Sus cuadernos conocidos y publicados son pocos: "La Rosa Blindada", "Fábrica de Sueños", "Del Cielo Bajó un Extraño Resplandor", "Vallejianas", "Poemas Populares", "Pintura en Blanco y Negro" y "Pop Art". Los desconocidos e inéditos son un misterio, perdidos ya quizás para siempre.

Detestaba las entrevistas (por falta de ganas o de oportunidades, vaya uno a saber) y la única que se le conoce en vida la otorgó a Mario Guevara Paredes ("La poesía es un sueño errante") y salió publicada en la revista andina de cultura "Sieteculebras", bajo el número 6, junio-julio de 1994.

Su rostro pasa con facilidad por la de un poeta beat, surcado por arrugas como las interminables aventuras y excesos que protagonizó en el ombligo del mundo y más allá de él también.

Es legendaria -ignoro si cierta- la anécdota según la cual, absolutamente borracho, cuadró a un joven y arrogante Vargas Llosa en una picantería del centro del Cusco, diseccionando la técnica de la Casa Verde con una cabeza de carnero como pizarra sacada minutos antes de la olla hirviendo, ante la asustada mirada de los comensales y demás acompañantes del escritor arequipeño.

Son pocos los libros publicados de su poesía; uno de ellos, el que quizás constituye el más rescatable intento de antologarlos (su resultado, lamentablemente, es otro) se llama: "El Duro Oficio de Vivir"*. De ahí extraigo el siguiente poema, como homenaje y reconocimiento al querido "Brozo", aquel que no pudo desligar jamás la poesía de su experiencia vital:

EL DURO OFICIO DE VIVIR

en el interior de un ómnibus
un niño canta
detrás de las ventanillas
uno observa
la gente pasar
inadvertido
el niño está delante de ti
prosigue su voz delgada
jerigonzas de waynos
o letras sincopadas
del vals criollo
confuso
de extraña vergüenza
uno saca una moneda
del subsuelo del corazón
el arte de vivir obliga
el niño ha cesado de cantar
basta de cavilaciones oscuras
la rosa negra de la lluvia despeina
agua sucia de hórridos sufrimientos
ebriedad pura
sentimiento fácil
la oscuridad de los recuerdos graba
-dulcemente la imagen del amor
y piensas
piensas tal vez
ese niño que ha sucedido
oblicua
mano
delgada
sea yo o tú
en las aceras los transeúntes apuran el paso
llueve
la gente bosteza
-retira los centavos de su flaca pobreza-
el niño insiste
ha vuelto a cantar.

* BROZOVICH, Raúl (2006): El Duro Oficio de Vivir. Cusco, Rectorado de la Universidad Nacional de San Antonio Abad del Cusco. 289 páginas.

1 comentario:

El Puñalón dijo...

Canalla, ese libro lo requiero en tu próxima visita para Lima, para "fotocopearlo"...no olvides, sino: no hay chelas..

Descubrir a Brozo es una aventura, el Perú se queda sin poetas, hace poco murió Juan Ramirez Ruiz, quien nunca capituló y eso le valió el olvido de los culturetas de siempre...

Seapenepatria,

Adios,