Esta es quizás la principal idea que me rondó cuando acabé de leer "Territorio Comanche", quizás el libro más personal de Arturo Perez-Reverte y donde puede rastrearse el origen del cinismo que luego acompañará casi toda la obra (en especial la periodística) de este escritor español.Ambientada en la guerra de los Balcanes, donde toda la antigua Yugoeslavia se pulverizó, es el retrato de primera línea de un cronista de guerra español (Perez reverte lo fue en el pasado), cínico y descreido, y su camarógrafo, hurgando entre la pobredumbre y la miseria que deja a su paso la guerra para enviar por satélite unas imágenes a los aparatos de televisión de todos los que, lejos de allí, se sienten a salvo en sus confortables sillones, quizás tomando cerveza y comiendo pop corn.
La estirpe de estos artistas de la barbarie es extraña. Participan en el desastre voluntariamente, siguiendo a las guerras allí donde las haya, persiguendo la muerte y destrucción dejada a su paso y jugándose el pellejo en cada esquina, hasta que una bala, una esquirla o una mina les impidan continuar con su locura callejera y esquizofrénica. Y es que nadie sale ileso de una guerra, aun cuando no tengas ni un rasguño.
La estupidez es el único patrimonio auténticamente humano. Las guerras son un buen ejemplo de ello.
"Para un reportero en una guerra, territorio comanche es el lugar donde el instinto dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. El suelo de las guerras está siempre cubierto de cristales rotos. Territorio comanche es allí donde los oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie sabes que te están mirando."
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