miércoles, 6 de mayo de 2009

Las Lenguas Malditas

Cuando un escritor se aficiona con un tema es muy difícil que se aparte de él. Es un terreno seguro y sobre él puede edificar sus aposentos con relativa tranquilidad. Sus libros, aun cuando distintos, darán la impresión de ser sólo un único e invariable compendio que gira alrededor de una idea central, de una obsesión, muchas veces de un filón rentable.

Cuando leo a Pablo de Santis (Buenos Aires, 1963) me sucede lo antes descrito. Tengo la impresión que cada nuevo libro que descubro, al menos un atisbo de él, ya lo visité en otro, como si fuera un eslabón más de una larga cadena.

La Traducción (1998) resultó finalista del Premio Planeta en 1997. De Santis aún no era muy conocido pero ya se notaba el talento, el oficio y las ganas de hacer las cosas bien en cada una de sus páginas.

La historia se desarrolla en Puerto Esfinge, un lugar abandonado, solitario y fantasmal de la costa argentina, donde se desarrolla un congreso sobre traducción al cual acuden lingüistas y especialistas en esta materia. Como suele suceder en los congresos de cualquier especialidad, sus participantes agrupan a gente de toda laya, desde incautos y fracasados hasta exitosos nombres que resplandecen como el neón en su especialidad. A medio camino entre estos dos extremos está Miguel de Blast, traductor de textos científicos, casado, quien lleva una vida tranquila (que muchas veces es sinónimo de aburrida) y no suele hacerse problemas por la mayoría de las cosas. Únicamente acepta la invitación al congreso cuando descubre que, entre la lista de invitados, está también el nombre de Ana Despina, el amor de su vida 15 años atrás. Y también el de Silvio Naum, el hombre que se la arrebató hace igual cantidad de tiempo.

El problema es que, misteriosamente, comienzan a sucederse muertes entre los participantes al congreso que alborotan el viejo y olvidado hotel de Puerto Esfinge. De Blast irá tratando de descubrir las causas de las extrañas desapariciones mientras trata de recuperar del olvido su antiguo amor y una extraña lengua se entromete en la historia (la lengua del Aqueronte: la lengua de los infiernos).

Pape Satan, Pape Satan, Aleppe.

Del Libro:

“Antes que llegáramos al hotel detuve a Ana tomándola del brazo, acerqué mi cara y la besé. Aceptó el beso pero después dijo: Eso no es nada. Es una postal que uno le manda a alguien que está lejos y que va a seguir estando lejos.”

“Los libros escritos en nuestra propia lengua los leemos como miopes, acercándolos demasiado a los ojos. Pero los libros traducidos los alejamos para que se vuelvan nítidos. El punto de enfoque está un poco más lejos”.

“El silencio –comenzó a decir- es igual en todos los idiomas; pero ésta es una verdad aparente. Quienes buscaron, a través de los siglos, las reglas de un idioma universal, creyeron que el silencio era la piedra basal del nuevo sistema, del sistema absoluto, pero basta internarse en esa ciudad de contornos imprecisos que es toda lengua para descubrir que los silencios tienen distinto significado, y que a veces se cargan de un sentido insoportable, y a veces no son nada. Los muertos no callan de la misma manera que los vivos”.

“el verdadero problema para un traductor –dijo al final- no es la distancia entre los idiomas o los mundos, no es la jerga ni la indefinición ni la música, el verdadero problema es el silencio de una lengua –y no me molestaré en atacar a los imbéciles que creen que un texto es más valioso cuanto más frágil y menos traducible, a los que creen que los libros son objetos de cristal-, porque todo lo demás puede ser traducido, pero no el modo en que una obra calla; de eso –dijo- no hay traducción posible”.

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