Casi siempre, las películas de Woody Allen son una buena terapia para cualquier estado depresivo del ánimo. Sus historias enrevesadas y disparatadas reflejan, a veces, los sinsentidos de los cuales está poblada nuestra vida y viéndolos en la pantalla podemos reírnos de ellos, retirarles la seriedad y circunspección que no se merecen y aligerarnos del peso que nos condena a una existencia sombría.
Whatever Works (algo así como “Si la cosa funciona”, 2009) constituye el retorno de Woody Allen al New York de sus amores después de haber estado filmando en Europa (Vicky Cristina Barcelona fue su última película, ambientada en Cataluña). Y, sin lugar a dudas, podemos afirmar que esta película nos trae de vuelta al mejor Allen en mucho tiempo. En primer lugar, la elección del protagonista Larry David (uno de los creadores de Seinfield) es inmejorable como el huraño y misántropo físico cuántico Boris Yellnikoff, suicida frustado y nihilista fanático, que descree de la humanidad entera y, principalmente, de él mismo (Larry David es, de lejos, el mejor alter ego que haya podido conseguirse Woody Allen).
La historia comienza cuando Yellnikoff, esta suerte de Diógenes moderno, encuentra –literalmente- el amor en un cubo de basura representado por la candidez de una chiquilla sureña –interpretada por Evan Rachel Wood- quien se ve deslumbrada por las teorías anarquistas del físico cuántico y despierta en ella una atracción pasional que posteriormente derivará en un matrimonio poco común. Los problemas se agravan cuando los padres de la novia –fanáticos religiosos y reprimidos- conocen al marido de la niña y tratan -por todos los medios- de que deshaga del viejo loco y cascarrabias.
La película se desarrolla entre situaciones inverosímiles y descubrimientos vitales, cada personaje va encontrando su camino en la vida y hasta el descreído Boris Yellnikoff hará suya una razón más para seguir y no saltar nuevamente por la ventana.
En esta película el azar juega un papel protagónico y fundamental, casi como en la vida misma. Quizás entonces toda nuestra existencia no sea sino eso, un largometraje, a veces con final feliz, a veces no.
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