jueves, 8 de abril de 2010

Pinky (in memoriam)


Se llamaba Pinky y era el único perro que recibía a los desconocidos moviéndoles la cola, afablemente, como si estuviera de verdad alegre de recibir sus visitas. Así es como me recibió la primera vez que me mudé a este pequeño condominio, hace ya 3 años, contento, como si nos conociéramos de antes, de cachorro él y rapaz yo. A partir de allí, cada vez que llegaba en el auto, religiosamente, después de mearse en mis llantas, se paraba en dos patas en la ventana para darme la bienvenida.

Cuando dormía lo solía hacer patas arriba y con los ojos abiertos, en una extraña postura extática y lisérgica; más de una vez, temiendo lo peor, me acercaba a comprobar si aún respiraba tratando de sacudirlo y siempre verificaba que sí, si respiraba, pero ni aún así se dignaba a despertar de la siesta que estaba tomando. En esta postura, ajeno al universo entero, recibió a los ladrones que entraron a desvalijar uno de los departamentos y sólo cuando se marchaban con los televisores y demás electrodomésticos, atinó a moverles la cola a ellos también, como agradeciendo su visita.

No tenía raza definida, pues parecía una extraña mezcla de zorro enano con pastor alemán. Le encantaba cualquier cosa que fuera dulce y los helados eran su perdición. Cuando yo o mi hija llegaba comiendo uno, el peaje obligado era invitarle un pedazo, de lo contrario, con saltos acrobáticos dignos de cualquier circo, trataba de tomar a la fuerza lo que creía le pertenecía.

No era mi perro, pero llegué a quererlo como si de verdad fuera mi mascota.

Hace unos días que no lo veía en sus rutinas de siempre y me entero que ha muerto de un paro cardiaco.

Recién ahora caigo en cuenta lo mucho que lo voy a extrañar.

Chau Pinky, donde quiera que te vayas moviendo la cola.


1 comentario:

El Puñalón dijo...

Eso me hace recordar a mi felino, que murió viejo y de ataque cardiaco; toda una vida compartí con ese faltoso gatuno.

Saludos,