martes, 9 de marzo de 2010

El fin de la inocencia
















Es curiosa la manera cómo la vida se las arregla para enseñarte cosas, lecciones sencillas y elementales que te ayudan a escapar de la penumbra y te regalan breves –pero intensos- destellos de luz.


Un día cualquiera sentado a la sala con mi pequeña hija dispuestos a ver una película sin mayores pretensiones que la de divertirse ella y acompañarla yo. La elegida es “Where the wild things are” (“Donde habitan los mounstruos”), escogida al azar por el extraño cartel que graficaba la trama: un enorme animal peludo acompañado de un niño coronado como rey, sucio y gritando.


Que la película era dirigida por el talentoso Spike Jonze (el mismo de “Being John Malcovich” y “El ladrón de orquídeas”) y que estaba basada en un famoso cuento infantil del mismo nombre que, en 1963, escribió el norteamericano Maurice Sendak, no lo sabía entonces. Lo averigüé después, anonadado por la subyugante y tragicómica historia que había visto en la pantalla. En ese momento, era solo acompañar a ver una película a mi pequeña Paz y tratar de olvidarme de todos los problemas que se acumulaban como ladrillos en mi cabeza.


Y entonces sucedió. Quedo absolutamente deslumbrado por la extraña historia de Max, un pequeño de 10 años, rebelde y contestón, que se siente solo e incomprendido en su pequeña familia (su hermana mayor lo rechaza, ocupada como está en el despertar de la adolescencia y una madre soltera agobiada por el trabajo) y que añora huir de todo y esconderse en los agujeros que suele construir en la nieve. Una noche, las cosas empeoran luego de una pelea con su mamá y, disfrazado de gato, huye de casa, dispuesto a no regresar jamás.


Su huida lo lleva a arribar a una solitaria isla poblada de monstruos peludos y extraños, quienes deciden adoptarlo como rey. Max, al principio, se siente a gusto habitando entre ellos, pero después comienzan a surgir los problemas en su pequeño reyno: celos, envidias, egoismos y depresiones tan propios del mundo adulto no le son ajenos a sus súbditos y tampoco a Max. La extraña fábula transcurre en ese mundo de fantasía creado por el propio Max para huir de una realidad agreste y no deseada y sus temores y obsesiones son representadas por aquella cohorte de monstruos que desafían toda lógica y razón, pero no por eso dejan de ser entrañables y queridos.


La película termina y veo a la pequeña Paz que se enjuga unas lágrimas que brotan de la nada, entonces la abrazo quedamente y también yo quedo absorto cuando me percato que mis lágrimas se confunden con las suyas.


Es curioso como la vida te enseña pequeñas pero fundamentales cosas.




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