Estaba por no escribir nada hoy. Así de haragán y flojo anduve este fin de semana (despatarrado, viendo películas y tratando de leer los periódicos y no sólo ojearlos -de atrás para adelante, como debe de ser-). Sin embargo, por casualidad, tropecé con los fines de semana de mis queridos amigos Puñalón y No Future, agobiados y cansados de los años que transcurren más rápidos de lo que debieran y de una ciudad que jamás fue de los reyes y siempre de los plebeyos. Así también me entero que quizás hoy es el cumpleaños de No Future (y digo casi pues no lo sé con certeza, mi rebeldía ante las agendas eléctrónicas y demás aparatejos me parece estúpida en estas circunstancias): si es así, desde aquí un abrazo y ojalá que Dios -o quien sea, da igual- reparta suerte y menos pastillas, y si no, pues igual va el abrazo y el cariño, que siempre será sincero.
Pensaba en todo esto y en el tiempo que no vuelvo por Lima y poderme tomar un trago con amigos tan queridos (aunque tengo un pánico tremendo por su tránsito y desvíos infernales, ahora que a todo el mundo se le ha dado por arreglar las pistas para que los gringos del APEC las vean parchadas y poco después se vuelvan a ir a la mierda). En fin, pensaba en Lima y la parte de mi vida que está allá y como a veces me dan ganas de regresar -porque a todos nos invade un poco la nostalgia y también la desesperanza- pero, por ahora y sabiendo lo que me espera, me las aguanto.
(Creo que No Future y Puñalón deberían darse una vuelta por aquí. Después de una tarde contemplando el paisaje arriba expuesto, uno se reconcilia con Dios -o con quien sea, da igual).
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