El Amor en los Tiempos del Cólera es una de las novelas más entrañables de Gabriel García Márquez. Sin ser tan audaz y totalizadora como su antecesora Cien Años de Soledad, aborda magistralmente el tema de los amores contrariados, aquellos que -por alguna razón u otra- se quedan en el camino, inconclusos y anhelantes, aguardando inútilmente una oportunidad que nunca tendrán. Florentino Ariza y Fermina Daza son los protagonistas de un amor que trasciende el tiempo y corrige el destino. La larga espera no es un problema y tampoco el matrimonio de Fermina, pues el amor que alimenta y preserva Florentino es de una lealtad a prueba de todo y no hallará consuelo hasta verterlo en el objeto de sus arrebatados desvelos.
La espera es casi interminable y son más de 50 años los que tuvo que aguardar la pareja para ver por fin materializado su amor inconcluso. Entretanto, cada uno de ellos vivió una vida paralela lo mejor que pudo: Florentino saltando de cama en cama tratando de curar el dolor que la pérdida de Fermina supuso y Fermina siendo la fiel esposa y abnegada madre de los hijos de Juvenal Urbino. Lo real maravilloso de la prosa de Gabo no desentona con esta mágica historia que se cuenta como una de las mayores del nobel colombiano y de la literatura de hispanoamérica toda.
Hasta aquí el libro. Los problemas empiezan en la película y su trama desatinada. Para empezar el idioma en que se desarrolla (en inglés -Love in the Times of Cholera- hasta el título es horrible) que resulta siendo una concesión a hollywood demasiado excesiva. Javier Bardem es un Florentino Ariza demasiado lúgubre y llorón (jamás nadie le hubiera dado un Oscar por esta actuación) que no llega a entender del todo lo que ocurre con su destino y va lamentándose de su existencia por las esquinas. De pronto -y sin que el espectador sepa cómo y porqué- se convierte en un Don Juan exitoso que llena su cama con casi todas las mujeres del pueblo (lo que en la película no se comprende, pues con esa caracterización de Florentino lo más que podía aspirarse es a pagar por compañía). La italiana Giovanna Mezzogiorno convierte a Fermina Daza en poco menos que una estatua de mármol. Fría y distante, sin carácter alguno, no llegamos a entender cómo alguien puede quererla y esperarla por tanto tiempo (salvo esos ojos alucinantes que Dios le dió, todo lo demás parece impostado, hasta su amor a Florentino). Solo algunos personajes secundarios se salvan (un correcto Benjamin Bratt interpreta a Juvenal Urbino) y la fotografía de la película resulta siendo lo más rescatable de los 139 minutos -excesivos para contar tan poco- que dura la trama. Mike Newell y Ronal Harwood son los gringos que fungen de director y guionista de este esperpento y que echan a perder una tremenda e inolvidable historia de amor.
Sin embargo, no debemos pedir peras a los olmos. Jamás película alguna logrará transmitirnos el inicio del libro más querido de Gabito: "Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados".