jueves, 13 de enero de 2011

El infierno tan temido


La generosidad y el cariño de mi amigo Fernando me permitieron devorar en pocos días la última novela de Mario Vargas Llosa, “El sueño del celta”. Pude entonces asistir al irlandés Roger Casement en su descenso a los infiernos de la selva congolesa y amazónica, horrorizarme de los abusos perpetrados contra los indígenas que las habitaban, ser testigo de su conversión fanática al nacionalismo irlandés y estar a su lado cuando la horca terminó con sus días luego de ser juzgado como traidor al imperio británico al que sirvió de manera leal y eficiente como su diplomático.  

Y es que la historia construida por Vargas Llosa alrededor de Roger Casement es, desde muchas lecturas, fascinante y terrible. Por ello no es gratuito que uno se embarque en sus primeras páginas y no pueda despegarse hasta el final, absorto y alucinado, acompañando como mudo testigo a esa multiplicidad de espíritus y hombres que es en sí mismo Roger Casement. Por eso tampoco es gratuita la inclusión en la novela de la célebre frase del uruguayo José Enrique Rodó: “Un hombre es muchos hombres”.

Sir Roger Casement

En efecto, la vida de Roger Casement fue la existencia no de uno, sino de varios hombres. 

Aún muy joven, con 19 años, partió al Congo, deslumbrado por ese continente africano inexplorado y desconocido. Allí pasó 20 años, trabajando en nombre de una civilización y un dios occidental. No tardó mucho en darse cuenta que la verdadera motivación de los funcionarios del rey belga Leopoldo II (un bribón y genocida donde los haya) pasaba por la explotación y la degradación moral, espiritual y física de los aborígenes africanos, quienes eran obligados a trabajar forzadamente sin retribución alguna recolectando marfil y caucho y muchas veces torturados y mutilados cuando se negaban a ello o se resistían a cumplir las órdenes de los desalmados funcionarios. La codicia era el signo distintivo de la civilización que, como fachada, pretendía implantarse. Fue nombrado cónsul y por su informe honesto y desgarrado denunciando la miserable situación del Congo recibió la orden de caballero del imperio británico.

Africanos mutilados como castigo

Luego, parte ya de la diplomacia británica, enrumba hacia la selva amazónica para internarse en el Putumayo y denunciar, también horrorizado, la infrahumana situación de los indígenas amazónicos explotados por la empresa de Julio C. Arana (la Peruvian Amazon Company, peruana con capitales británicos) en la recolección del caucho, esa fiebre desatada alrededor de los árboles gomosos abundantes en nuestra selva, donde los indígenas de varias tribus (witotos, ocainas, boras, andoques, entre otros) fueron diezmados en trabajos extenuantes y genocidios organizados por aquellos a quienes solo importaba la comercialización europea del caucho (no por gusto a aquella selva infernal del Putumayo se la conocía como “El paraíso del diablo”). Aquí también Casement se enfrentó a un régimen colonial y esclavista (a pesar que en el Perú la esclavitud se había abolido hace mucho), los caucheros constituían un estado dentro del estado peruano y la Casa Arana era la única ley en aquellos territorios agrestes e inhóspitos. Aquí, Casement se ve envuelto en una telaraña burocrática que es uno de nuestros signos más distintivos, pues los representantes gubernamentales (jueces, prefectos, policía y militares) defendían a capa y espada la explotación cauchera que sustentaba la economía regional y traía el progreso de Iquitos (incluso, la Casa Arana pagaba los sueldos de estos funcionarios públicos cuando el estado peruano –por la lejanía de estos lugares- no podía cumplir con hacerlo). Casement presenta su informe sobre las atrocidades cometidas en el Putumayo y Julio C. Arana comparece ante una comisión de la Cámara de los Comunes defendiendo lo indefendible.

Una indígena amazónica muerta de inanición
Indígenas amazónicos esclavizados
Por otro lado, poco a poco, Roger Casement se convierte al nacionalismo irlandés y toma conciencia de la condición de sometido de su milenario pueblo celta. Se aparta de los servicios de la corona británica y comienza a complotar contra ella. Estamos en la primera guerra mundial y Casement viaja a Alemania a pedir ayuda al gobierno del Káiser para liberar a Irlanda del yugo británico. Como parte de ese complot, llevado fusiles y municiones para los nacionalistas desembarca de un submarino alemán en las costas irlandesas donde es capturado por militares británicos. Es juzgado por alta traición y su condena es la horca. El 03 de agosto de 1916 ve la luz matinal por última vez mientras el verdugo acomoda la gruesa soga alrededor de su cuello.

Casement también sobrelleva, en su múltiple vida, una homosexualidad que lo atormenta y consume. En sus diarios anota, con un detalle morboso, sus innumerables aventuras sexuales con desconocidos (“Baños públicos. Hijo de clérigo. Bellísimo. Falo largo, delicado, que se entiesó en mis manos. Lo recibí en mi boca. Felicidad de dos minutos”). Vargas Llosa cree que muchas de aquellas aventuras fueron inventadas por un Casement atormentado que quería sublimar sus instintos y que veía en la redacción de esos relatos escandalosos una manera de desfogarse (estamos en plena época victoriana y la homosexualidad es poco menos que un crimen inconfesable). Luego, el imperio británico sacaría a la luz aquellos diarios íntimos para desprestigiar y terminar de hundir en la ignominia al encarcelado Roger Casement.

Mario Vargas Llosa ha logrado con “El sueño del celta” acercarnos al insondable pozo que supone el alma, a los límites de la maldad consustancial al ser humano, a aquel infierno tan temido que habita en todos nosotros.     




PD: La semilla de una novela es una idea persistente que ronda en la cabeza del escribidor y que no puede exorcisarse hasta que se plasma en papel. Quizás, uno de los orígenes de El sueño del celta sea esta propia confesión de Vargas Llosa en el 2002 cuando, en su libro de ensayos La verdad de las mentiras y analizando el Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, escribe lo siguiente:

"Pero quienes, a base de una audacia y perseverancia formidables, consiguieron movilizar a la opinión pública internacional contra las carnicerías congolesas de Leopoldo II fueron un irlandés, Roger Casement, y el belga Morel. Ambos merecerían los honores de una gran novela. El primero (que, al cabo de los años, sería, primero, ennoblecido y, luego, ejecutado en Gran Bretaña por participar en una rebelión por la independencia de Irlanda) fue, durante un tiempo, vicecónsul británico en el Congo, y desde allí inundó el Foreing Office con informes lapidarios sobre lo que ocurría."   (pág. 36)

Vargas Llosa le hizo los honores a la historia de Roger Casement.

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