sábado, 11 de diciembre de 2010

El discurso del nobel

Desde mi cubículo andino pude escuchar, en directo, la mayor parte del discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, ante la Academia Sueca en Estocolmo. Y, debo confesar que, también yo, acompañé profundamente emocionado las palabras de un hombre que, en la penumbra de la vida, hace un recuento de todo cuanto le ayudó a forjar su vocación espartana de escribidor.

"Elogio de la lectura y la ficción" es un discurso sencillo y emotivo (imposible olvidar la voz quebrada y las lágrimas asomando cuando hace referencia a la prima y esposa Patricia y le agradece haberlo salvado del "torbellino caótico" en que se hubiera convertido su vida sin ella) pero no por ello menos profundo y significativo. Son las palabras de un hombre cuya vida entera fue dedicada, en cuerpo y alma, al complicado y difícil arte de narrar ficciones y con ellas tratar de rectificar una realidad siempre adversa y anodina.

Sin embargo, siempre hay aguafiestas. Se ha acusado al discurso de Vargas Llosa de "repetitivo, caótico, superficial y errático". Estos señorones de la literatura que suelen ser bastante interesantes pero a veces, también y en igual medida, terriblemente insufribles, anhelaban quizás una clase magistral sobre literatura dictada desde una cátedra elevada e indigerible. Olvidan que el discurso de Vargas Llosa son las palabras urgentes de un hombre enfrentado al umbral de su existencia, que quiere dejar constancia -en su último gran reconocimiento en vida- de la pasión que fue el centro de toda su existencia: la literatura. Son palabras simples que están dirigidas al hombre común, para alentarlo quizás a que tome un libro, se introduzca en sus páginas y se rebele ante las miserias de las que está hecha la vida cotidiana. Quizás, a lo mejor, por ese breve espacio de tiempo, esta vida sea más llevadera y la muerte y toda su parafernalia quede desterrada. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanto!!! Siempre maravillada de leerte!