viernes, 11 de setiembre de 2009

La desgraciada suerte de llamarse Stieg Larsson

Imaginen que son suecos y periodistas. Adictos a la comida chatarra y medio sosos. Se aburren como plantas en una Suecia de los albores del siglo XXI donde nada interesante suele ocurrir. Entonces, cada noche, entre hamburguesas con queso y coca colas, planean, minuciosa y delicadamente, su dulce venganza contra la humanidad. Comienzan a escribir una inmensa historia de intriga y misterio. Una epopeya donde los héroes están fuera de la ley y los malhechores con ella. Garabatean miles de papeles como posesos, dejando fluir una historia monumental que irá más allá de lo que jamás sospecharon. Pasan los días y las noches y las hojas van acumulándose sobre el escritorio hasta convertirse en tres volúmenes. Se contactan con un amigo que es editor y éste les ofrece revisar los manuscritos y publicarlos "si tienen algo de suerte". Le entregan los originales de la historia y se sientan a esperar una respuesta, aun conmovidos por el espíritu desbocado que los llevó a crear de la nada un inmenso relato alucinante. Aun no lo saben, pero la historia -que ahora se llama Millennium-, está destinada al éxito inmediato y se venderán millones de libros por todo el mundo y se traducirá del sueco a las lenguas más inverosímiles del mundo. No lo saben y nunca llegarán a saberlo, pues poco antes de ver publicado el primer volumen (Los hombres que no amaban a las mujeres), su corazón, cansado de los combos agrandados, las papas fritas y los cigarrillos, decide rebelarse y deja de moverse. Un ataque cardiaco se los lleva por delante antes de ver la gloria mundial impresa con sus nombres. Stieg Larsson se lee en la portada de todos ellos.


"Como todas las grandes historias de justicieros que pueblan la literatura, esta trilogía nos conforta secretamente haciéndonos pensar que tal vez no todo esté perdido en este mundo imperfecto y mentiroso que nos tocó, porque, acaso, allá, entre la "muchedumbre municipal y espesa", haya todavía algunos quijotes modernos, que, inconspicuos o disfrazados de fantoches, otean su entorno con ojos inquisitivos y el alma en un puño, en pos de víctimas a las que vengar, daños que reparar o malvados que castigar"
(Mario Vargas Llosa, Lisbeth Salander debe vivir)