domingo, 27 de setiembre de 2009

G.K.Chesterton y los Herejes

"Nada indica más singularmente un mal enorme y callado de la sociedad moderna que el uso extraordinario que se hace estos días de la palabra «ortodoxo». En los días pasados el hereje se enorgullecía de no ser hereje: herejes eran los reyes del mundo, la policía, los jueces; él era ortodoxo. No se jactaba de haberse rebelado contra ellos; era ellos quienes se habían rebelado contra él. Los ejércitos con su cruel seguridad, los reyes con sus rostros insulsos, los ceremoniosos procedimientos del Estado, las razonables acciones de la ley, todo eso se había descarriado, como las ovejas. Mas el hombre se enorgullecía de ser ortodoxo, de estar en lo cierto. Si se encontraba solo en un desierto terrible, era, más que un hombre, un credo. Era el centro del universo: en su rededor giraban las estrellas. Todas las torturas de los infiernos no le harían confesar que era hereje. No obstante, algunas frases modernas lo muestran alabándose de serlo. Ahora él dice, con risa consciente: «Supongo que soy todo un hereje», y busca el aplauso de su entorno. La palabra «herejía» no sólo significa que no se está equivocado; prácticamente implica una mente despejada y valerosa. La palabra «ortodoxia» no solamente no significa ya estar en lo cierto; prácticamente quiere decir estar equivocado.

Todo esto puede significar una cosa, y sólo una cosa. Significa que las gentes se preocupan menos de estar filosóficamente en la verdad. Porque, evidentemente, un hombre antes debería confesarse de fatuo que de hereje. El bohemio con su corbata roja debería preciarse de su ortodoxia. El dinamitero que pone una bomba debería creer que, aparte de cualquiera otra cosa que sea, por lo menos es ortodoxo.

Es una locura, hablando en general, que un filósofo encienda en la hoguera a otro filósofo porque no están de acuerdo en sus teorías del Universo. Esto se hizo muy frecuentemente en la última decadencia de la Edad Media y fracasó en la totalidad de su objeto. Pero hay una cosa que es infinitamente más absurda que quemar a un hombre por su filosofía. Es el hábito de decir que su filosofía nada importa; y esto es lo que se hace universalmente en el siglo veinte, en la decadencia del gran período revolucionario.

Las teorías generales son menospreciadas en todas partes: la doctrina de los derechos del hombre es tan desacreditada como la doctrina de la caída del hombre; el ateísmo nos resulta hoy demasiado teológico; la revolución tiene demasiado de sistema; la libertad misma tiene algo de estrechez. No aceptamos generalizaciones."

(G.K.Chesterton, Herejes, Capítulo I)

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