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Si me dieran a escoger los sonidos que deberían poblar las cantinas y burdeles, sin duda alguna elegiría los primeros discos de Rubén Blades. Mis horas en aquellos recomendables lugares se extenderían más allá de la cuenta si así fuera. Y mis amores, también.
Fue uno de sus primeros discos en solitario (“Bohemio y Poeta”) y también –como suele suceder con las obras maestras- fue malentendido. Los salseros puristas –otra vez con los puros- reclamaban la presencia de Willie Colón (no hacía mucho se había acabado aquella magistral sociedad) y sostenían que la suerte de Blades estaba echada. Corría el año 1979 y la Fania –aquella máquina fundamental en la canción tropical- reventaba.
Sin embargo, Blades demostró que estaba lejos de ser la sombra de Willie Colón. Cada una de las canciones de este disco resume sudor, callejón y harto trago. Canciones como “Juan Pachanga”, “Sin tu Cariño” o “Paula C” son festivas, sí, pero tienen además el sinsabor y la angustia de los amores perdidos y contrariados.
“Pablo Pueblo” sería materia de un post aparte. Enmarcada dentro de la canción social que tan afín es a Blades, cuenta la historia de cualquier mísero latinoamericano –de entonces y de ahora-: desempleado o cachuelándose por algunos centavos, viviendo al día, presa fácil de la politiquería barata, alejado de la algazara oficial que señala que vamos bien (¿?), eterno postergado, con el odio y el resentimiento a flor de piel.
Las cervezas y el ron corren por mi cuenta, y está permitido bailar, llorar y enamorarse (de nuevo).
"Pablo Pueblo
hijo del grito y la calle
De la miseria y del hambre
Del callejón y la pena
Su alimento es la esperanza
Su paso no lleva prisa
Su sombra nunca lo alcanza"
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1 comentario:
Elogio tu gusto, pero lamento decir que es limitado
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