Los Prisioneros fueron los primeros que enseñaron a mi generación que la canción protesta también podía bailarse. Y lo hicieron desde una carrera sólida, poderosa y fundamental para el rock en español hecho en este continente. Jorge Gonzáles (voz y bajo), Claudio Narea (guitarra) y Miguel Tapia (batería), amigos desde la escuela, pusieron a bailar –y pensar- a casi toda américa latina.
Recuerdo que uno de mis primeros discos de vinilo fue "La voz de los '80" (1984); uno andaba en el colegio y buscaba desesperadamente referentes a los cuales asirse, algo con lo que sentirse identificado, entonces, desde una formación básica –guitarra, bajo y batería-, Los Prisioneros le pusieron ritmo, música y letras contestatarias a un continente joven en plena ebullición. Asimismo, no fueron pocos quienes echaron de menos aquel trío de "sudamerican rockers" cuando en 1991 decidieron separarse. Y algo nos olía mal cuando en el 2001 decidieron juntarse nuevamente para una serie de conciertos (que los trajo de vuelta al Perú, los pude ver en Cusco y Arequipa) y la edición de un par de discos fácilmente descartables [Los Prisioneros (2003) y Manzana (2004)].
Sin embargo, luego de leer "Mi vida como prisionero" la autobiografía de Claudio Narea (Santiago, Grupo editorial Norma, 337 páginas) todo ese halo místico de grupo de rock elegido y conformado por amigos inseparables se desmorona como un castillo de arena.
En primer lugar, contra lo que podría pensarse, Los Prisioneros -en su primera época- nunca vieron mucho de aquel dinero que hicieron ganar a la industria musical. Seguían viviendo austeramente y aun iban en colectivo y caminando a sus presentaciones pues no había siquiera para el taxi y menos para el auto nuevo (incluso Narea, casado ya con su novia adolescente, vivió una larga temporada en la casa de sus padres, como suele suceder con muchas parejas jóvenes de este lado del continente). Recién cuando se volvieron a juntar en el 2001, y gracias a los multitudinarios conciertos que ofrecieron en varias ciudades de latinoamérica, pudieron reunir una cantidad de dinero considerable que les permitieron unos lujos mínimos (una casa decente donde mudarse, unos instrumentos musicales decentes). Narea hasta la fecha se recursea como puede para seguir subsistiendo.
En segundo lugar, la razón de la separación de Los Prisioneros en el año 1991 no se dio por discrepancias musicales entre sus miembros ni por el carácter autoritario y manipulador de Gonzales, sino por una razón mucho más mezquina y oscura. Jorge Gonzáles mantuvo un romance paralelo con la entonces joven esposa de Claudio Narea (Claudia). El romance se mantuvo en secreto hasta que Narea encontró a su mujer unas cartas –explícitas y eróticas- de Gonzales dirigidas a ella. Con el duplicado de la llave del departamento de Gonzales que tenía su mujer, Narea esperó dentro a que llegara Gonzáles y con un puñetazo en la cara decidió su salida del grupo. En el disco Corazones (1990) abundan canciones que Gonzáles escribió a la mujer de Narea ("Amiga mía" y "Estrechez de corazón", por ejemplo). Lo más lóbrego del asunto es que luego que Narea y su mujer intentaran recomponer su relación, ella seguía siendo acosada por Gonzáles, quien por esa época ya estaba enganchado en las drogas. Poco quedaba en él de aquél letrista imberbe y contestatario que pensaba mejorar el mundo con sus canciones.
El libro de Narea es una confesión honesta del mundo del rock y del ascenso y caída de uno de los grupos fundamentales en la escena musical latinoamericana. Es la historia de cómo un grupo de amigos construyeron –y destruyeron- un ícono cultural de la década de los ’80 y de cómo esa amistad fue en realidad algo etéreo y vano, como la fama.
Del libro: "Esta es la historia de mi vida, que por cierto es además la biografía de un prisionero. Todo lo que relataré a continuación es real. A veces parece mentira, pero es real. La historia de la banda de rock Los Prisioneros es así. Es la historia de una amistad extraña, pero al fin y al cabo es esa amistad la que hizo todo. La historia de Los Prisioneros trata precisamente sobre eso: prisioneros, gente atrapada en una celda: algunos que sueñan con ser libres y otros que saben que nunca lo serán. Nadie en su sano juicio querría estar en una prisión. Yo al menos sé que al escribir este libro abandono para siempre ese lugar. Sin embargo me sentiré bien si se refieren a mí como un ex prisionero: alguien que pudo escapar y volvió a ser libre".
PD: Siempre me acordaré cuando, una noche del 2002 en Madrid, este hereje se encontraba cenando con un grupo de amigos del curso donde andábamos becados, y de pronto entran al restaurante los tres Prisioneros con sus parejas y se sientan en una mesa contigua a la nuestra. Me emocioné sinceramente hasta el tuétano y hasta pensé en vencer mi obstinada timidez y acercarme a comentarles cualquier cosa relacionada con la admiración juvenil que les tenía. Sin embargo, cuando iba a hacerlo, mi querido amigo argentino Daniel me preguntó quiénes eran y ni siquiera cuando me desgañité explicándole lo fundamental de su obra los reconoció. No podía entender cómo alguien en sudamérica no los había siquiera escuchado. Me quedé sentado y esa noche algo de mi ilusión adolescente por Los Prisioneros murió en ese restaurante.
1 comentario:
Creo que necesito leer este libro, me lo prestas??
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