Lima es un lugar peligroso para andar ebrio. Deambular por la calle con los sentidos disminuidos por el alcohol es una ventaja demasiado grande para una ciudad tan malera. Peor aún si cometes la imprudencia de subirte a un taxi regateando el precio. Puedes despertar en algún basural, calato y con pulmonía. Un precio demasiado alto para una humilde borrachera sabatina.
Cuando andaba en la universidad y mis borracheras eran históricas, jamás tomé un taxi que me devolviera a mis norteños dominios (entre otras cosas porque toda la plata había sido ya bebida y no era de aquellos que llegaban a la madrugada despertando a los pobres viejos pidiéndoles para pagar la carrera). Siempre preferí la combi asesina o el destartalado micro, aun cuando, entre vuelta y vuelta, un incómodo vaivén gástrico quisiera devolver lo que horas antes había sido ingerido tan alegremente (sé de amigos que, en viaje de retorno a casa, desparramaban su humanidad en la combi, para luego sacarse el polo y -en plan pirañita- ir caminando descamisado por la calle, cantando en voz alta a los Rolling Stones).
En fin, de estas y otras cosas, trata la divertida novela de
Fernando Ampuero "Hasta que me Orinen los Perros"(Lima, Editorial Planeta, 2008). Cuenta la historia de Alberto, un taxista por necesidad -de aquellos que tienen un título profesional que no les sirve para nada- y que harto de las injusticias del destino, decide cobrárselas todas juntas vendiendo borrachos que se suben a su taxi y se quedan profundamente dormidos. Negocio que al parecer rinde sus frutos en una ciudad tan malhadada como Lima. La novela está inspirada en un viejo cuento de Ampuero,
"Taxi Driver sin Robert de Niro", publicada en el libro
"Malos Modales" en 1994.
El libro se lee de un tirón y posee una narrativa ágil y amena. Más allá de los debates estériles entre "andinos" y "criollos", Ampuero hace de su antiguo cuento una nouvelle y no falla en el intento.
Quizás para la próxima, aun con las neuronas entumecidas por el alcohol, lo piensen dos veces antes de subirse a un taxi, recitarle la dirección y quedarse dormidos.
Un epígrafe memorable:
"No esperes por el juicio final. Se lleva a cabo cada día" (Albert Camus)
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