lunes, 24 de noviembre de 2008

Respuesta a Puñalón (en relación a Peru.21)


Mi amigo Puñalón, fiel a su estilo, se solaza con el despido intempestivo de Augusto Alvarez Rodrich y el fin del diario Peru.21 tal como lo conocemos. Más de lo mismo, dice. Qué hizo Papá Pitufo en la dictadura del chino, argumenta. No jodan, sarta de hueleguisos, sentencia.

Generalmente concuerdo con él. En la universidad, mientras compartíamos aburridas clases y abundantes botellas, un filón anarco dejábase entrever en su sucia casaca de cuero, en lecturas insólitas y una misoginia a prueba de balas.

Sin embargo, en esta oportunidad, debo disentir. Peru.21 no era nada extraordinario, sin embargo, constituía un proyecto editorial hecho desde cero, con punche, esfuerzo y sentido común (que ya es bastante pedir en la jauría actual de periodistas mediocres y ganapanes), sobresalía por encima del promedio y se dejaba leer sin problema alguno.

(aun cuando, en materia cultural, Peru.21 dejaba mucho que desear, tal y como lo ha sostenido Gustavo Faverón. En efecto, los domingos hubiese preferido mil veces leer novedades librescas o reseñas críticas, que ver las escuálidas modelos (?) que -bajo el nombre de "La Chica 21"- mostraban sus miserias a doble página, mientras comentaban que fantaseaban con hacer el amor en un avión o con un burro).

Alvarez Rodrich fue expectorado (como diría el filósofo cañetano Sanchez U.) de la dirección de Peru.21 por sus dueños legítimos (es decir, El Comercio), una decisión empresarial como las que cada día se toman por cientos. Nada de extraordinario. "No me sirves: hasta la vista, baby". Legítimo contractualmente hablando. Empero, lo subterráneo es lo que jode. La miasma que circula por debajo de las apariencias y que impregna a los grupos conservadores de siempre en este país lleno de formas y carente de fondos. El proyecto editorial que encarnaba Peru.21 fue liquidado por presiones ejercidas desde la cúpula misma del poder, tal cual Montesinos en plena dictadura de Fujimori. El escándalo de los petroaudios no gustó nadita a "Papapán García" (por más que dijera lo contrario) y comenzaron a moverse las nauseabundas influencias de siempre; la maquinaria de los negocios a la sombra se echó a andar y buenas noches los pastores.

Por mi parte, ya cancelé mi suscripción a Peru.21 en el kiosko de la esquina y estoy pensando seriamente en suscribirme al Ajá y al Bocón. El Comercio y su conservadora solemnidad se lo dejo a mi amigo Puñalón.



jueves, 20 de noviembre de 2008

Perez-Reverte y los Hijos de Puta: A propósito de la Crisis Mundial




Arturo Perez-Reverte (genial escritor español, pésele a quien le pese) tiene una columna semanal que se llama "Patente de Corso" donde escribe de todo y contra todos. Fielmente, voy adquiriendo los libros que recopilan sus artículos de opinión -Patente de Corso (1993-1998), Con Animo de Ofender (1998-2001) y No Me Cogereís Vivo (2001-2005)- y me divierto como un chancho con su pluma afilada y anarquista, que no perdona títere con cabeza.

El asunto es que anda circulando por la web un artículo de Perez-Reverte, escrito en 1998, y que retrata de cuerpo entero la crisis económica en que anda envuelto el planeta y a los hijos de puta de siempre que la han generado, se llama "Los Amos del Mundo" y se los transcribo, ya me dirán si tiene o no razón:

"LOS AMOS DEL MUNDO

Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla antro del computador, su futuro y el de sus hijos.

Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.

Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como long-term capital management , y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.

Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.

No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.

Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.

Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.

Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.

Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.

Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros. Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda..

Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.

Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.

Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza."


martes, 11 de noviembre de 2008

Borrachos Motorizados



Lima es un lugar peligroso para andar ebrio. Deambular por la calle con los sentidos disminuidos por el alcohol es una ventaja demasiado grande para una ciudad tan malera. Peor aún si cometes la imprudencia de subirte a un taxi regateando el precio. Puedes despertar en algún basural, calato y con pulmonía. Un precio demasiado alto para una humilde borrachera sabatina.

Cuando andaba en la universidad y mis borracheras eran históricas, jamás tomé un taxi que me devolviera a mis norteños dominios (entre otras cosas porque toda la plata había sido ya bebida y no era de aquellos que llegaban a la madrugada despertando a los pobres viejos pidiéndoles para pagar la carrera). Siempre preferí la combi asesina o el destartalado micro, aun cuando, entre vuelta y vuelta, un incómodo vaivén gástrico quisiera devolver lo que horas antes había sido ingerido tan alegremente (sé de amigos que, en viaje de retorno a casa, desparramaban su humanidad en la combi, para luego sacarse el polo y -en plan pirañita- ir caminando descamisado por la calle, cantando en voz alta a los Rolling Stones).

En fin, de estas y otras cosas, trata la divertida novela de Fernando Ampuero "Hasta que me Orinen los Perros"(Lima, Editorial Planeta, 2008). Cuenta la historia de Alberto, un taxista por necesidad -de aquellos que tienen un título profesional que no les sirve para nada- y que harto de las injusticias del destino, decide cobrárselas todas juntas vendiendo borrachos que se suben a su taxi y se quedan profundamente dormidos. Negocio que al parecer rinde sus frutos en una ciudad tan malhadada como Lima. La novela está inspirada en un viejo cuento de Ampuero, "Taxi Driver sin Robert de Niro", publicada en el libro "Malos Modales" en 1994.

El libro se lee de un tirón y posee una narrativa ágil y amena. Más allá de los debates estériles entre "andinos" y "criollos", Ampuero hace de su antiguo cuento una nouvelle y no falla en el intento.

Quizás para la próxima, aun con las neuronas entumecidas por el alcohol, lo piensen dos veces antes de subirse a un taxi, recitarle la dirección y quedarse dormidos.

Un epígrafe memorable:
"No esperes por el juicio final. Se lleva a cabo cada día" (Albert Camus)

sábado, 8 de noviembre de 2008

!Bienvenida Mikaela!



El 22 de octubre pasado fue uno de los días más felices de los que tengo memoria. La perplejidad y preocupación inicial cedió paso a la alegría y el optimismo. Faltando un minuto para la una de la tarde, bajo un sol intenso y serrano, nació Mikaela Cayetana, mi segunda hija.

Un hijo (a) siempre es una buena noticia. Es un acto de fe y de optimismo. Es una apuesta ciega por el futuro y es una invitación a ser mejores seres humanos. Y aunque sabemos que es un regalo inmerecido para el mundo, sospechamos que las cosas no pueden estar tan mal cuando la vida florece y estalla repentina y bellamente.

Mikaela llegó el 22 de octubre (fecha especial y privada en nuestro calendario amoroso para su mamá y yo) y a partir de entonces nuestra vida nuevamente es un alboroto -como hace siete años, cuando Paz nació- y los horarios han vuelto a ser dislocados sin respeto ni consideración alguna (la noche es el día y viceversa). Los pañales y biberones ocupan el espacio que antes mis libros en la mesa de noche y el tiempo pareciera que no alcanza para nada. Las horas de sueño se suelen extrañar terriblemente.

Sin embargo, y por ahora, nada de eso importa en realidad, pues soy insospechadamente feliz mirando embobado a mi pequeña Mika, mientras el reloj anuncia que ya pasamos medianoche y ella me observa lejana y aburrida, sin apariencia de dormirse todavía.