jueves, 16 de octubre de 2008

De Ninfomanías y Anuncios



“Diario de una Ninfómana” es un libraco erótico escrito por la francesa Valérie Tasso y publicado el año 2003. No sé si lo llegaré a leer algún día pues a pesar de haberlo visto pululando por todas las librerías no me animo a comprarlo a estas alturas de mi existencia (quizás lo hubiera hecho de haber estado en mis ardores adolescentes, cuando el tiempo pasado en el baño nunca era tiempo perdido). En fin, el libro en sí no es el que me anima a escribir esta página (a todas luces prefiero mi vieja colección del inefable Marqués de Sade) sino la noticia del revuelo que ha causado la película homónima que está por estrenarse en Madrid.

Resulta que el cartel que publicita la dichosa película, a estrenarse el 17 de octubre en las salas madrileñas, ha sido prohibido de exhibirse públicamente en el Metro y demás sitios destinados a publicidad de este tipo, aduciendo que es de “dudosa legalidad y gratuitamente provocativa”. El director de la película, Christian Molina, ha salido al paso sosteniendo que la decisión es “franquista, retrógada e inhumana”.

El cartel muestra a una delgada joven (demasiado, para mi gusto) introduciéndose una mano por debajo del calzón –braga para los europeos- no en plan me pica y quiero rascarme sino en plan me gusta y yo sola me la monto. En sí el cartel de marras no me parece nada extraordinario e irreverente, la mano se ve bien cuidada –con la manicure de rigor- y el calzón a todas luces se ve fino –mejor hubiera sido uno de esos amarillos que se venden en la calle por año nuevo-; el problema, me parece, es lo que se deja traslucir con la imagen.

La masturbación femenina –y esto no es un secreto- ha sido siempre un tema tabú en nuestra civilización: sea la de un país europeo o la de uno tercermundista, sea la de uno católico, judío o musulmán (en este último, ahí si las mujeres están rejodidas). Que una mujer se toque, explore su cuerpo por sí misma y consiga el placer sola –sin ayuda del adminículo masculino- es una herejía imperdonable para una sociedad machista, pues cuestiona los fundamentos básicos del funcionamiento del ‘macho’ (si una mujer conoce la gloria del orgasmo gracias a un consolador o mano propia, el macho sale sobrando, es inútil). La masturbación masculina es casi una reafirmación de hombría: “correrse la paja” es una distracción natural en la adolescencia –hasta hay concursos escolares sobre quién se viene primero- y ni los padres más acuciosos se escandalizan porque el mozalbete se demore más de dos horas en el baño. La masturbación femenina, en cambio, es poco menos que una enfermedad (de ninfómana para abajo), repugna y está prohibida en la sociedad por todas las formas concientes o inconcientes. Lamentablemente, el resultado ya lo conocemos y lo sufrimos todos los días: mujeres reprimidas que se casan con el primer idiota con el que se van a la cama y que soportan toda clase de maltratos –físicos y síquicos- por su incapacidad orgánica de rebelarse contra la opresión, criando a generaciones enfermas que reproducen a su vez los modos de dominación masculina a que estuvieron acostumbrados.

No faltará algún cretino que me acuse de feminista y quizás esté en lo cierto, si por esa palabreja se denomina a alguien que aboga por los derechos de las mujeres. Sin embargo, creo que el tema trasciende los ‘ismos’ de cualquier lado y género; el derecho a una sexualidad sana y libre de prejuicios y complejos es –o debiera ser- un derecho humano fundamental (de primera generación, como dirían mis viejos profesores). Más que feminista, el presente discurso quizás sea uno libertino, pues me parece -estoy seguro- que no hay cosa más atrayente para un hombre que ver a una mujer (hermosa) masturbándose (ignoro si ellas piensan igual en relación a nosotros).

El día que todas las mujeres –solteras, casadas, viudas o divorciadas- se masturben como dios manda, nuestro mundo -lo creo firmemente- comenzará a mejorar un poquito.

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