martes, 18 de diciembre de 2007

Lo que el Viento también se Llevó

Después de un viaje relámpago por Huaraz, trabajo de por medio, yendo y viniendo entre buses interprovinciales y aviones, con sueños interrumpidos abruptamente y sobresaltos, retomo mi hoguera habitual, con un tema sobre el cual quise hablar desde que vi la película, hace un par de semanas atrás.

Usualmente desconfío de eso que se suele llamar 'cine clásico', ropaje bajo el cual se esconden defectos de toda laya e historias insoportablemente románticas, cursis y aburridas (todo en ese orden). El gato por liebre suele agazaparse tras el título de 'clásico' y, si tengo la oportunidad, no pierdo tiempo tratando de darle una oportunidad a la historia que se esconde tras esa etiqueta.

El problema es que la ignorancia es atrevida -confesión de parte- e ingenuamente creemos que la vida y sus problemas comienzan y terminan con nosotros, que antes de nuestra existencia todo es descartable y nada hay por rescatar. Esta película me enseñó esas y otras cosas.

Para empezar en "Lo que el Viento se Llevó" (1939) estamos ante una historia digna de cualquier novela negra que se precie, apuntemos:

1) La heroina es una engreida, egoista y estúpida niña blanca del sur terrateniente de los Estados Unidos en plena Guerra de Secesión que confunde sus sentimientos creyendo -únicamente por orgullo propio herido- que ama desesperadamente a su primo -casado con otra mujer todo un ramillete de virtudes- cuando en realidad el amor de su vida pasa por sus narices. Vivien Leigh interpreta magistralmente a Scarlett O'hara (después de un casting que duró dos años y tuvo a 1,400 postulantes haciendo cola) y su belleza va a la par de su actuación.


2) El protagonista es un Clark Gable -Rhet Buttler- canchero, mujeriego y jugador, que reniega sabiamente de la guerra y aun cuando ama con locura a Scarlett se cansa rápidamente de su egoismo y desamor y comienza a maltratarla paciente y tenazmente (la arroja de la escaleras y pierde un embarazo). El amor ofrecido por el personaje de Gable no es incondicional -como en las historias cursis y romanticonas de las que hablaba anteriormente- y ante la ausencia de una correspondencia abandona rápidamente la ilusión y decide poner tierra de por medio. Es memorable la frase que Gable le dedica a Scarlett cuando, al final de la historia, ella le confiesa su equívoco y le pide otra oportunidad: "Frankly my dear, I don't give a damn" ("francamente, querida, me importa un carajo").

3) Toda la estupidez de la Guerra de Secesión sirve como marco de fondo y hay miseria, discriminación y odios repartidos a lo largo de la película. Para ser 1939 la historia es demasiado osada e iconoclasta: los negros liberados -con excepción de los esclavos que sirven a sus amos- son ruines y delincuentes. El amor es aplastado por el egoismo y estupidez de sus protagonistas. No hay un final feliz porque la vida carece de ellos.

David O. Selznick
fue el artífice de esta película que casi no llega a filmarse del todo y que reta la paciencia del espectador (dura 3 horas y media, pero, justo es decirlo, casi ni se sienten). En 1939 ganó 8 Oscar de la Academia -incluyendo mejor película y mejor actriz- y en considerada como una de las mejores películas de toda la historia.

Por mi parte, cuando tenga una película clásica a la mano me lo pensaré dos veces antes de dejarla pasar.

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