Han pasado muchos días desde que escribí por última vez en esta bitácora.
La felicidad arrojó piedras a mi ventana (como en el poema de Benedetti) y, antes que me diera cuenta, los cristales de mi tristeza se hicieron añicos y me vi caminando por un sendero distinto, descamisado y feliz, sonriendo.
Me divierto mucho y pienso seguir haciéndolo; a veces la vida hay que buscarla fuera de los libros.
Sigo creyendo en el amor como motor esencial del universo, como ingrediente indispensable de cada desayuno, almuerzo o cena que me toca llevarme a la boca. Como en la canción de Fito:
"El amor después del amor, tal vez / se parezca a este rayo de sol". Como en la canción de Silvio:
"Cuánto nos puede curar el amor, cuánto renace de tu mirada".
Tuve mis días sabáticos (un año hubiera sido un exceso) y bailé canciones que gustaban y otras que no y salté y reí y lloré. Unos labios me besaron miles de veces y yo también los besé de vuelta.
Ahora los boleros no me parecen tan cursis como antes.
Vuelvo al ruedo, firme y feliz. ¿Puede pedirse algo más?
Hasta entonces.