Por él aprendí que la vida no te quita cosas, te aligera de ellas, que es diferente. Por él, hace muchos años, cuando recién descubría Lima y sus recovecos, me aventuraba solo al viejo Jirón Quilca a buscar sus cassettes piratas y era un gran acontecimiento regresar con uno nuevo y escucharlo en la solitaria habitación. A sus ocurrencias y anécdotas le debo mis sonrisas más sinceras y aun hoy recuerdo perfectamente algunas de ellas. Gracias a él nunca dejé que la depresión me tuviera del pescuezo más de un par de días. Su voz pausada era un manantial de agua clara y paz era lo que transmitían las cuerdas de su guitarra. Amor era su palabra favorita y, cada vez que podía, nos recordaba cuánta falta nos hacía. Era un vagabundo con muchas cosas por decir y tenía el extraño don de calmar los dolores más cruentos.
Algunos ilusos y cobardes creyeron que las balas pueden matar a las ideas y callar la voz del cantor, por eso le dispararon el pasado 9 de julio creyendo matarlo. Imagino ahora mismo cómo debe estar riéndose donde quiera que esté. Lo acompaño en sus carcajadas y murmullo: "gracias".
Está permitido que te caigas, no que te quedes en el suelo.