De todos los próceres que poblaron nuestra independencia, siempre preferí –intuitivamente- a don José de San Martín. Después de leer “La Logia de Cádiz” del argentino Jorge Fernández Díaz (Buenos Aires, Planeta, 2008) esa intuición queda plenamente comprobada.
Don José de San Martín fue ese raro prototipo de militar profesional y hombre de principios, para el cual el honor constituía el norte hacia el cual estaban guiadas todas sus acciones. Supo darse cuenta a tiempo del oscurantismo que representaba la España de Fernando VII e ingresó –de cuerpo y alma- a la logia masónica “La Sociedad de los Caballeros Racionales” de Cádiz para conspirar en beneficio de la libertad de los pueblos de américa. Abandonó una expectante carrera militar en España para viajar a la incertidumbre de la américa española y organizar –de la nada, desde el cero- el movimiento que llevaría a una de las mayores gestas militares e independistas de la historia. Como dice el autor del libro que comentamos, San Martín tuvo que traicionar para no traicionarse a sí mismo.
Con el grado de capitán combate fieramente en el bando español contra los franceses en la famosa batalla de Bailén, que supuso la primera derrota del glorioso ejército napoleónico. El general Francisco Javier Castaños dirigía los ejércitos españoles y Pierre Antonine Dupont los franceses (Napoleón, después de conocido el resultado de la batalla diría: “Desde que el mundo existe, no ha habido nada tan estúpido, tan inepto y tan cobarde como el general Dupont”). San Martín, por su valerosa acción en combate, recibe la Medalla de Oro de los Héroes de Bailén. A pesar de eso, y ya decidido a luchar por la independencia de los pueblos americanos, pide su baja en el ejército español, escoge una nueva espada y se embarca hacia lo desconocido y la incertidumbre. La libertad y el honor guiarían luego sus pasos.
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San Martín sabía que sin la férrea disciplina de la milicia profesional, la idea de la gesta independentista estaba perdida. Por ello, con paciencia, tenacidad y mano de hierro creó el “Regimiento de Granaderos a Caballo” y los adiestró personalmente en técnicas de batalla y en el honor inclaudicable que profesaba (dejó escrito de su puño y letra los catorce pecados mortales de sus granaderos, entre los cuales se encontraba “por cobardía en acción de guerra, en la que aun agachar la cabeza será reputado tal”). Sus Granaderos le temían más a él y a su honor que a los propios realistas.
Sin embargo, la incipiente américa no estaba exenta de los odios, envidias y mezquindades que serían nuestro sino futuro. Por ello, San Martín es sospechoso de espionaje a favor de la corona española y es enviado a misiones suicidas, como aquella dirigida a frenar las incursiones de los realistas en las costas del río Paraná. Con su recién creado regimiento se instala en el Convento de San Carlos (provincia de Santa Fe) esperando el desembarco de los realistas. La mañana del 03 de febrero de 1813 y ante el desembarco de 300 soldados españoles, en primera línea de combate, el entonces coronel San Martín libra el combate de San Lorenzo, donde, a pesar de la victoria, casi pierde la vida.
Luego, la historia es conocida. Abandona a su familia para organizar la expedición que cruzaría Los Andes (su esposa María de los Remedios de Escalada muere de tuberculosis muy joven dejando a la hija de ambos, Mercedes, al cuidado de su abuela) y, cansado de las intrigas políticas y la mezquindad ególatra de Simón Bolivar, después de libertar a la nueva América (“No queda un solo español armado en la América” dirían después sus Granaderos) decide abandonar la gloria y la nueva fortuna de patriarca libertador, y se retira a París a vivir su últimos años en compañía de su hija Mercedes.
“La Logia de Cádiz” es un excelente libro que va a caballo entre la novela histórica y el relato histórico. Está plagada de honor militar, trepidantes aventuras y batallas militares protagonizadas por don José de San Martín, quizás el único héroe de nuestra independencia que realmente merezca tal nombre.
San Martin cruzando los Andes con su regimiento de Granaderos
San Martín en 1848, a los 70 años de edad, retirado de la gloria de patriarca
"Todo empezó cuando vi que mis hijos adolescentes y sus compañeros detestaban la historia argentina. Me impactó mucho que se interesaran por episodios históricos de Estados Unidos y Europa, a partir básicamente de películas de aventuras producidas por la cultura anglosajona, y que desdeñaran, por aburridísimos y confusos, a los héroes nacionales. La versión escolar era tan formal y la transmisión de la épica era tan desganada que la historia argentina se había transformado en eso: un amasijo de fechas, internas políticas y héroes de bronce. Me sentí tocado, me prometí mostrarles que la historia argentina podía ser una maravillosa novela de peripecias. Para los chicos, San Martín es un político, algo así como un estadista de plomo que hizo cosas tan loables como soporíferas. Mis hijos miraban con indiferencia las proezas sanmartinianas, pero veían con gusto la historia universal en grandes producciones cinematográficas y se interesaban por esos héroes anglosajones. Asociaban nuestra guerra de la independencia con los manuales de hastío y con las pesadas fiestas patrias en los patios del colegio. Esa idea fue muy hiriente para mí. Por alguna razón, alguien nos había robado la épica. La Argentina asordina la épica y ningunea a sus guerreros, y le regaló a la derecha militar el sentimiento y la simbología sanmartiniana. San Martín fue canibalizado por las dictaduras, usurpado en su iconografía y utilizado de paraguas para la perpetuación del poder. Esa carencia, se diría, esa injusticia fue el germen de La Logia de Cádiz . Incluir un volumen en la Colección Robin Hood o una película en Sábados de cine de superacción , donde los chicos de mi edad vivimos las aventuras maravillosas de tantos. El problema es que los héroes y las aventuras siempre quedaban allá lejos. Es como si tuviéramos un complejo de inferioridad, como si hubiésemos aceptado nuestra condición de sociedades subdesarrolladas, que no tienen héroes ni epopeyas."
(Jorge Fernandez Diaz)