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Hoy domingo estoy en el aeropuerto esperando que un avión me lleve en media hora a la cálida (por decir algo amable) ciudad de Puerto Maldonado. Tengo trabajo que hacer. Me molesta irme. Dejo a mi hija mayor con sus reclamos filiales ("no pasas tiempo con nosotras" "qué buena vida") y mi mujer reprueba discretamente -y ayer no tanto- mis continuos viajes. De consuelo me llevo la sonrisa de mi hija menor desprovista aún de dientes. Me olvidé decirles como despedida cuánto las quiero.
Hasta más tarde, cuando -ojalá- pueda escribir unas cuantas líneas más, esta vez a 40 grados a la sombra.