martes, 27 de julio de 2010

Estación Final (coda)


"Algunos lo llaman destino; otros, azar o casualidad. Lo seguro es que el camino que recorremos a lo largo de nuestra vida es también resultado de lo ocurrido antes de que lleguemos al mundo. ¿Porque nacemos en un determinado lugar? ¿Qué nos acerca a un sitio y qué nos aleja de otro? ¿Qué nos conduce a cambiar o permanecer donde estamos? Son interrogantes cuyas respuestas encierran quizá nuestra propia esencia, nuestra razón de existir" (Hugo Coya, Estación final)

lunes, 26 de julio de 2010

Estación Final


Estación Final es uno de esos libros de no ficción que te dejan pensando en muchas cosas por varios días.

Y es que la estupidez humana pocas veces encuentra parangón como cuando estallan las guerras, sean esta raciales, étnicas, religiosas o por el pretexto que venga al canto; siempre, en el fondo, lo que se hace es aborrecer al distinto y se busca, por todos los medios, exterminarlo, borrarlo como sea de nuestra existencia.

Escrita por el periodista peruano Hugo Coya, Estación Final [COYA, Hugo (2010): Estación final. Lima, Aguilar, 158 páginas] es la historia (reconstruida de fragmentos dispersos) de un puñado de judios peruanos que, naciendo en nuestro país de padres inmigrantes, y por diversas razones (económicas, en su mayoría) decidieron emigrar a Francia justo antes de la Segunda Guerra Mundial en busca de un mejor destino. Apresados y detenidos cuando la persecución nazi en la Francia ocupada, fueron recluidos en el cámpo de tránsito de Drancy (un ghetto judío), para luego, después de un largo o corto tiempo, ser enviados en ferrocarriles de carga a los campos de concentración y exterminio nazi (la mayoria a Auschwitz-Birkenau) de donde, ni bien bajaron luego de tres días en un viaje de pesadilla, fueron enviados directamente a las cámaras de gas para ser rociados con Zyclon B (insecticida producido en base a cianuro) hasta su muerte.

Generalmente solemos pensar que la Segunda Guerra Mundial ocurrió en lugares muy, muy lejanos a nosotros y solemos conmovernos únicamente cuando, en las pantallas a technicolor y comiendo canchita, Oskar Schindler rescata a sus empleados judíos pero llora por no poder hacer más, sin embargo -y gracias a este libro de Hugo Coya- podemos palpar de cerca el horror y la verguenza que también a nosotros como país nos tocó vivir en esta tragedia donde millones de seres humanos vieron trastocadas -irreversiblemente- sus vidas ("Pero el hecho más vergonzoso y repudiable ocurrió en octubre de 1942, cuando el Congreso Judío Mundial, con sede en Portugal, pidió a la comunidad residente en el Perú que gestionara ante nuestro gobierno el envío de niños huérfanos desde la zona no ocupada de Francia. Estados Unidos ya había concedido cinco mil visas; Canadá, doscientas; y Chile, cincuenta. El gobierno peruano, en cambio, se negó a conceder visa alguna a esos niños, a pesar que no le iba a costar un solo centavo, pues serían adoptados y mantenidos por familias judias residentes en el país. Los pequeños -entre los 4 y los 10 años- murieron luego en las cámaras de gas de Auschwitz, pues, al nadie hacerse responsable de ellos, resultaron siendo enviados por los nazis al campo de tránsito de Drancy.", pág.39-40). La justificación que dio el entonces canciller del gobierno de Prado, Alfredo Solf y Muro, es que esos niños iban a crecer y "tendremos otros cien judíos en el Perú".

["Me recuerdan (...) a todos esos buenos ciudadanos alemanes que, después de haber sacudido cada mañana, durante años, la ceniza de la ropa que tenían colgada a secar en el balcón, pusieron ojos como platos al enterarse, perdida la guerra, de que en las afueras de su puto pueblo había hornos crematorios", Arturo Pérez-Reverte, Cuando éramos honrados mercenarios, pág.122]

Y es que, como dije, la guerra no hace más que sacar lo peor de los seres humanos para embarrar al resto. Estación final de Hugo Coya no hace más que recordarnos esto.

          

jueves, 15 de julio de 2010

Los hijos del frío



En mi ciudad, anclada en medio de los andes, el frío en esta época está más hijo de puta que de costumbre.

En las noches, ya sea en la calle o en casa, uno siente el abrazo gélido que amodorra y atonta, y no hay ropa o frazada que guarde el calor, insignificante, que emana del cuerpo. Ninguna bebida es lo suficientemente caliente para que mantenga su estado pasado un par de minutos.

Las voces comunes culpan de la distorsión del clima al calentamiento global, ese fenómeno cada vez más omnipresente que hace que el planeta tierra se haga mierda de a poquitos.

Pienso en los niños de las alturas, aquellos que viven en las comunidades campesinas altoandinas, y puedo verlos acurrucados, abrasados por la fiebre, sin fuerzas siquiera para morirse de una vez. Imagino la impotencia de sus padres, campesinos, dando matecitos de hierbas para contrarrestar, inútilmente, una neumonía que no se irá sin antibióticos que son inexistentes en las postas médicas, si es que existe alguna en aquellos desolados parajes. Pienso también que Cusco es una de las regiones que más dinero recibe por concepto de canon y que, sin embargo, deja morir congelados a sus hijos aquí nomás, a un par de horas de camino. Corrupción e ineficiencia, separado, junto y también mezclado, esta vez con tintes criminales. Y después nos dicen que vamos avanzando.

¿Y los niños con neumonía?
Por Raúl Mendoza Cánepa

Los friajes siempre son tema al margen y no le mueve un pelo a nadie. Nadie fuerza a la compasión, que es lo más libre y natural. Y nadie le exige nada, y menos como un imperativo kantiano, a quien maniobra en su 4×4, a quien se deleita en La Gloria o pilotea la política desde el Club Nacional. Nadie les requiere que se mojen desde el tuétano y sientan lo que Gregorio Canchis puedo sentir por su hijo enfermo, crítico, grave.

Cuando eso nos ocurre a nosotros, hasta morimos y deseamos que los niños cedan su lugar. Nada es peor en ese universo íntimo donde muere y culmina la vida. Pero ¿Y los demás qué sienten?

Para que la fórmula empática sobre la que teorizaba Adam Smith en la "Teoría de los Sentimientos Morales" tenga algún valor para Usted, imagine lo siguiente:

Le tocó otra suerte. Vive en las penumbras heladas entre cumbres y grietas. Siente lo que yo o lo que el afortunado que se toma un café en Larcomar. Pero Usted es un campesino aislado en una chacra solitaria. Son tiempos de vaivenes, de cosechas y sequías, de fríos que calan los huesos. Hoy los gélidos vientos golpean su casa en la serranía. Su sobrino y un par de hijos de su mejor amigo, hectáreas más allá, se murieron en el friaje anterior. No es Nueva York, donde una helada es resistida con un aparato sofisticado. En las alturas peruanas el mejor calentador es la sangre del perro que se echa a su lado, la techumbre precaria, el fuego.

Su hijo suda, los escalofríos lo matan, parece no tener fuerza para morirse. El agua caliente se enfría en las manos. No hay farmacias, ni seguros, ni termómetros ni médicos. Su hijo empeora y Usted se crispa, tiembla, se sacude. Pronto, la suya será una más dentro del cúmulo de historias de tantas y tantas familias que en el albor del siglo XXI, registran la muerte por heladas en el corazón marchito de su propia casa.

A Usted, cómodamente sentado en un sillón con vista al Golf, le duele, se conduele un poco. No tanto. Por último, hace un esfuerzo y se imagina en el trance del campesino desafortunado, revive la historia aunque con rostros más conocidos. Quien ha pasado necesidad y tiene una idea de ese trance y lo padece, puede sentir la verdadera sustancia de la compasión. Aún Usted, que tiene una reserva para el sábado en el Costa Verde y que apenas se ha subido al monte sólo para pedalear.

¿Y qué tal si todos los que tienen, al menos su cuota de humanidad, desde los bloggers, a los periodistas, desde los politicos, a los empresarios, todos, no nos juntamos en una nueva teletón caliente contra el frío? Una teletón caliente para combatir el frío desde Lima ¿Qué dicen los mineros? ¡Qué mejor calentador y medicina que esa?

Yo, por mi parte, con mis reales escasos, sí estoy dispuesto.


(En: http://raul.lamula.pe/2010/07/14/y-los-ninos-con-neumonia/comment-page-1/#comment-7695)
 

miércoles, 7 de julio de 2010

Cambia


El cubano Carlos Varela tiene magníficas canciones.
De su último disco ("No es el fin", 2009) elijo "Cambia", cuya versión en salsa le corresponde al nicaragüense Luis Enrique.
Esta vez me la dedico a mí, porque tiene razón.


CAMBIA
  
Te hace mal
la desilusión, la noche, el día.


Te hace mal no reír
y te hace mal que otros se rían.

Te hace mal
los diarios, la televisión,
las viejas profecías.

Te hace mal
la ciudad que no fue
como el sueño que una vez tenías.

Y es que nunca nos dimos cuenta
que vivir no es solo ir y venir de vuelta,
dime para qué sirvieron tantos sueños
escondidos tras las puertas.

Cambia
cambia de color, de gurú, de chamán
cambia el norte, cambia el sur
y hasta cambia el mar
Y verás que va cambiando todo lo demás.

lunes, 5 de julio de 2010

El Asedio



Escribir una novela de 725 páginas y organizar una historia apasionante alrededor de ella no debe ser tarea fácil. Y, sin embargo, eso es lo que ha logrado –nuevamente- Arturo Pérez-Reverte en su último libro (El Asedio. México, Alfaguara, 2010. 727 páginas).

A la manera del viejo Dumas, Pérez-Reverte ha creado una novela que, en el fondo, son muchas historias entrelazadas y todas ellas igual de subyugantes. El escenario es Cádiz en 1811, un puerto sitiado por el ejército napoleónico que sin embargo se las apaña para seguir con el rumbo normal de su vida, tanto que dentro de ella se reúnen los diputados españoles y los venidos de toda América para debatir y aprobar lo que después será La Constitución de Cádiz (más conocida como "La pepa", la cual es su artículo primero decía: "la nación española es la reunión de españoles de ambos hemisferios"). Es en esta ciudad y con este telón de fondo donde, de improviso y teniendo como referencia los lugares donde caen los inocuos bombardeos franceses, van apareciendo espeluznantes cadáveres de mujeres jóvenes asesinadas (todas ellas están amordazadas y tienen la espalda abierta –hasta las vísceras- a latigazos).

A partir de entonces, con una maestría que requiere de experiencia pero, sobretodo, de talento ("Es mi obra técnicamente más compleja" ha dicho sobre ella Pérez-Reverte), una serie de personajes entrañables van entrando en escena y una serie de historias cuidadosamente se hilvanan: El capitán de artillería francés Simón Desfosseux, obsesionado con la precisión técnica de las parábolas que sus obuses deben recorrer para devastar a Cádiz; el Comisario de Barrios, Vagos y Transeúntes Rogelio Tizón, brutal y corrupto, recolectando indicios a cuentagotas para dar con el asesino en serie; Lolita Palma, mujer de negocios y soltera, de cuya eficiencia en el comercio marítimo depende el prestigio de la casa comercial gaditana de la cual es heredera; el capitán corsario Pepe Lobo, hombre de mar con una extraña escala de valores y pérdidamente enamorado sin correspondencia; Félix Mojarra, campesino humilde metido a guerrillero en las playas de Cádiz y un taxidermista espía, renegado de la España inculta que ve en la ciudad y colaborando con los franceses a efectos que las bombas den, por fin, en los blancos esperados. Todos ellos son personajes de una gran historia donde se entrelazan aventuras marinas, suspenso, una extraña historia de amor (personalmente, lo más logrado en la novela), una historia policiaca y otra de espionaje, todo junto y mezclado, como en esos folletines decimonónicos que por entregas hacían delirar a nuestros abuelos.

Arturo Pérez-Reverte con El Asedio ha diseñado una gran historia que es la suma de todas sus novelas y todos sus temas y que, ni por un momento, pierde el nervio y el pulso, a pesar de su extensión (a nosotros, sus fieles acólitos, solo nos queda rendir pleitesía al viejo maestro que volvió a apuntalar un extraordinario libro -el fin de semana perdido y los ojos enrojecidos por la falta de sueño dan fe de ello-).

Pérez-Reverte sobre la novela:

"Mi tiempo como escritor está limitado, me pueden quedar con vigor narrativo diez o quince años como mucho; eso significan de cinco a siete novelas más, si no me muero antes. Así que he de elegir mucho lo que hago y lo que descarto".

"Hay ajedrez, que me sigue apasionando. Como si toda la bahía de Cádiz fuera un inmenso tablero en el que los personajes de la novela se mueven como en una partida. Tiene que ver con parábolas de artillería, y con ajedrez, y con lo más oscuro y peor del ser humano. Están todas mis novelas. Todos los libros que he escrito están aquí".


 

jueves, 1 de julio de 2010

¿La Metamorfosis?


Casi todos, alguna vez, hemos pasado nuestros anonadados ojos por estas líneas: "Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto."
Y asombrados y maravillados hemos seguido leyendo aquella nouvelle, atentos a la desgracia de Samsa e intuyendo que en el reino de la literatura absolutamente todo es posible.

Sin embargo, lo que universalmente se conoce como "La metamorfosis", quizás el más logrado de los relatos cuentos del genial Franz Kafka, debió simplemente llamarse "La transformación". En efecto, el título original en alemán es "Die Verwandlung" y Borges (que de estas cosas –y otras más- sabía bastante) dice:

"Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer título es 'La Transformación', y nunca supe por qué a todos les dio por ponerle 'La metamorfosis'. Es un disparate, yo no sé a quién se le ocurrió traducir así esa palabra del más sencillo alemán. Cuando trabajé con la obra el editor insistió en dejarla así porque ya se había hecho famosa y se la vinculaba a Kafka".

Y ustedes, queridos herejes, puestos a escoger, con cuál se quedan: La metamorfosis o La transformación.