miércoles, 27 de mayo de 2009

Amores Perros

Trato de matar el tiempo un sábado. Tengo media hora y unos soles en el bolsillo. Entro a una de las pocas librerías que hay en mi ciudad. Husmeo entre títulos antiguos y otros no tanto. Diviso el libro de Magaly Medina y sonrio. Me encuentro con una edición boliviana de“Lo que Varguitas no dijo”, el libro de Julia Urquidi Illanes, la primera mujer de Vargas Llosa, y sonrio dos veces. Lo compro y salgo dispuesto a entrometerme en la vida íntima del escritor.


Cuando Vargas Llosa publicó en el año 1977 “La tía Julia y el escribidor”, su primera esposa, Julia Urquidi Illanes acusó el golpe (“…me sentí amargada de que ponga mi vida al descubierto”, pág. 327) y se dispuso a fraguar una velada venganza en forma de libro. “Lo que Varguitas no dijo” (La Paz, editorial Khana Cruz, tercera edición, 1995, 329 páginas) se publicó originalmente en 1983 y supuso la versión de parte de la famosa “Tía Julia” sobre la relación amorosa y marital que sostuvo con el aún imberbe escritor. Así como una minuciosa historia de los detalles que le llevaron a la separación y posterior divorcio –prima hermana por delante- del escritor.

De entrada, en el prólogo, Julia Urquidi levanta el pie y escribe: “No han sido pocas las dificultades que he tenido que vencer para que este libro salga a la luz, desde la amenaza velada –a través de terceras personas- hasta querer silenciarme –con malas artes- con la compra de originales por una suma que no era de dejar pasar” (pág.15).
Cuando se conocen, en Bolivia, Julia tenía 19 años y Vargas Llosa 9 años (“Mario era un niño debilucho, engreído y antipático; toda la familia vivía alrededor de él y él tenía conciencia de su privilegiada situación y sabía cómo aprovecharla. Parece que desde niño supo sacar ventaja de quienes lo querían.”). Luego, 10 años después, cuando se reencuentran, Mario era un estudiante universitario y Julia había atravesado su primer divorcio. Poco a poco, el amor se va instalando entre ellos y deciden casarse clandestinamente en Chincha, ante la oposición de la familia que veía con malos ojos este amor extraño entre la tía y el sobrino (Julia Urquidi era la hermana de la mamá del escritor).

Viven en Lima un tiempo y después deciden quemar sus naves y viajar a Europa. Primero en Barcelona, luego a París. Durante este tiempo, en la pareja, se suceden escenas comunes en la vida marital: celos, peleas, rupturas, reconciliaciones y todo desde el principio. La cosa se agrava cuando viaja a vivir con ellos la prima hermana de Varguitas y la sobrina de la tía Julia, Patricia Llosa, la verdadera manzana de la discordia. Patricia comienza a estudiar en la Sorbona y entonces Julia comienza a notar un extraño cambio en el comportamiento de Varguitas: pasa más tiempo con Patricia, van al cine juntos, cuchichean, cuando viajan ella se sienta al lado de él, en fin, señales evidentes que algo se traen entre manos. Las crisis de celos de la tía Julia se agravan hasta llegar a intentos de suicidio. Varguitas no reconoce el nuevo amor y trata que las cosas sigan como están. En ese tiempo, un avión de Air France con destino a Lima se estrella poco después de despegar, en él viajaba Wanda Llosa, la hermana mayor de Patricia, que también vivía en París con Mario y Julia. Patricia, destrozada, retorna a Lima.

Durante un tiempo la pareja vive sola y los problemas empeoran. Julia nota a Varguitas lejano, distraido y melancólico, pero éste impide siquiera hablar del tema. El tiempo transcurre y “La Ciudad y los Perros” es premiada con el Biblioteca Breve de Seix Barral. La carrera del escritor comienza a despegar. Atraviesan un breve periodo de tranquilidad y Mario le pide permiso para viajar a Lima para cotejar algunos datos del primer borrador de La Casa Verde. El permiso le es concedido y Varguitas viaja a Lima para ya no volver junto a la tía Julia. El reencontrarse con Patricia fue el detonante y el escribidor rompe su matrimonio por carta. Le pide el divorcio a su tía para casarse con su prima hermana.

Julia Urquidi queda muy dolida por el comportamiento de sus sobrinos, a los cuales acusa de no haber actuado con la honestidad debida cuando tuvieron la oportunidad. Estigmatiza a Varguitas con un egoismo digno de mejores causas. “Tenía fe en él y una gran confianza. No me equivoqué en lo literario. Como hombre me defraudó. Cuando ya su nombre empezó a ser conocido y tenía una vida nueva me excluyó. Lo anterior ya no servía. Ahora tenía que ascender con nuevas emociones y relaciones. Los sacrificios de quien tanto le había dado ¿qué importancia tenían? Eso ya no valía nada. Ya logró lo que quería. Borrón y cuenta nueva. Sólo importaba él.”

Como anécdota, con gran frescura, luego del divorcio con la tía Julia y el inminente matrimonio entre los primos hermanos, Varguitas llama a Julia a La Paz y le pide un favor: que le consiga la partida de nacimiento de Patricia en Cochabamba pues es un requisito legal ineludible para casarse.

Las páginas del libro son una crónica de un amor extraño (los psicoanalistas tendrían que analizar la pertinaz voluntad endogámica de Vargas Llosa) y destilan pasión, odio y revancha. Como debe ser, además.
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Cierro el libro y no sé porqué me siento como si hubiera visto un programa de Magaly Medina.

(Mario y la prima Patricia, travesuras de la niña mala)

lunes, 18 de mayo de 2009

METALLICA: Oberhausem, mayo 16, 2009

De todos los conciertos que alguna vez quisiera ver en Lima, sin lugar a dudas, el de Metallica ocupa el primer lugar. Cómo olvidar que la energía y potencia de su música fue un refugio cuando la adolescencia infundía miedos y temores y uno necesitaba algo con qué identificarse. Luego, pasados los años y crecida la panza, seguimos agitando los pies y la escasa melena que queda cuando oimos algunas de sus clásicas canciones (hace algunos años, con mi mujer, nos quedamos hasta las 5 de la mañana en el Kamikaze cusqueño únicamente por bailar Whiskey in the Jar, la inmejorable versión de Metallica del clásico de Thin Lizzy).

Nuestro querido amigo Kaiserkeller, perdido desde hace años en tierras germanas, nos envia la siguiente crónica, a modo de colaboración, sobre el concierto de Metallica en Alemania y su particular experiencia.

“Recuerdo era el año 1988 cuando un amigo me prestó un casete de la época conteniendo dos temas que me hicieron ver distinta la música de aquel entonces, los temas en mención eran Whiplash y Motorbreath de un disco directo y sin concesiones llamado Kill´ em all, así es: estoy hablando de Metallica. A partir de aquella época empecé a seguirles el paso y entre grandes obras y algunas críticas posteriores, siempre seguí escuchándolos con deleite.

Luego de mucho tiempo, por fin, el momento de confrontar la dimensión de su música llegó. El lugar: Oberhausem, Alemania; la fecha: el pasado 16 de mayo. Ese día quedará en mi recuerdo pues estuve frente a los 4 grandes del thrash, frente a Metallica. La banda ya madura (en el mejor sentido de la palabra) y super experimentada rompería los fuegos aquella noche.

Dos previos calentarían el ambiente del König-Pilsener-Arena de Oberhausem, dos grupos que a decir verdad no los conocía pero que a la gente del bastión metal los remecía. Primero, a las 7 de la noche, hizo su aparición "Machine Head", una banda con base de heavy setentero y, la segunda, alrededor de las 8, "The Sword", una agrupación de metal total que hizo vibrar a gran parte del estadio, en mi caso, cuando tocaron un cover de Iron Maiden, la clásica "Hallowed be my Name", y para despedirse, tocaron un tema suyo para el cual invitaron a su amigo de años James Hetfield, así es, ese fue el primer encuentro con el ya mítico vocalista de Metallica, él subio al escenario, saludó a todos, y armado con su guitarra, participó con el referido grupo, tocaron como muchachos que gozan la música en un garaje o en su cuarto y se despidió con un hasta luego.

Metallica se hizo esperar, siendo las 9 y 25 de la noche el escenario circular se oscureció y se escucharon los toques del clásico tema de Ennio Morricone: "Ecstasy of Gold", la introducción que siempre usa Metallica al inicio de sus conciertos, ese tema transportó a todos de inmediato y desbordó la emoción de cada uno. De pronto, en el escenario, los 4 jinetes, ataviados de sus instrumentos, rompían los fuegos de la noche con dos de sus temas del nuevo álbum "That was just your life" y "The end of the line", sin embargo, en el fondo, todos esperábamos los clásicos de siempre, como sucedió después, así, unos minutos después, empezaban los acordes de "One". A estas alturas, la emoción ya era envolvente y la parafernalia del mismo recreaba un escenario de guerra con lenguas de fuego y balas, cuyas trayectorias eran marcadas por los rayos láser.

No quiero hacer un recuento canción por canción porque resulta casi imposible descibir ese espectáculo, pero sí queda claro que la intensidad del concierto fue algo para mí insospechado, nunca habia presenciado un concierto con tal fuerza, Metallica entonó himnos como "Master of Puppets", "Damage Inc.", "Seek and Destroy", "Nothing else Matters", “Sad but True", etc.

Luego de las más de dos horas de alto voltaje, comprobé que los cuatro jinetes del metal son no en vano los dioses del género. James Hetfield es un tío en permanente contacto con el público, Hammet, el guitarrista nato de una banda, Rob Trujillo, simplemente imponente como se desplaza en el escenario tocando el bajo y Lars, cerebro de la banda, un director de orquesta con todos los años de trajín rocanrolero. Simplemente cuatro profesionales de la música y de forma de ser bastante carismática.

El concierto se cerró luego que regresaran a pedido del público y regalaran tres temas más, cerrando con "Seek and Destroy", así despedía Metallica la noche.

Entonces, un ejército enfundado en sus polos con los logos de la banda se empezaba a retirar del estadio, esperando, tal como dijo Hetfield, pronto volver a vernos. Metallica, I´ll see you again!"

REQUIEM

Debió ser premonición. En un anterior post agradecía al maestro Benedetti por el fuego de sus palabras y me lamentaba por su probable ausencia. Pues bien, desgraciadamente, el infausto día se adelantó.

Mario Benedetti murió el pasado 17 de mayo en su Montevideo de siempre. Tenía 88 años.

Alguna vez le preguntaron cómo se soportaba el mundo y él sin titubear respondió: con amor.

Buen viaje, maestro.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Gracias por el Fuego


Cuando andaba en la universidad, uno de mis héroes literarios e indiscutibles de siempre fue Mario Benedetti (Uruguay, 1920).

Pocos como él podían plasmar tan bien en un poema, en unos pocos versos, todo el huracán de sentimientos que uno lleva en el pecho cuando se es joven. El amor, la muerte, la injusticia, todo estaba en sus palabras urgentes. Cada vez que buscaba respuestas, cada vez que la confusión me atenazaba la garganta, encontraba siempre refugio entre sus páginas. También, más de una vez, me gané besos inmerecidos y apasionados por recitar de memoria sus versos exactos a las muchachas que transitaban por mi vida. Benedetti era el santo que ocupaba un lugar privilegiado en mi altar particular.

Después, inevitablemente, pasó el tiempo. Uno crece, madura (¡ja!) y sienta cabeza. La literatura se va convirtiendo en un oficio serio y los gustos se van refinando. Nuestros amigos comienzan a buscar autores mayores y más complicados. Lo que antes era fundamental ahora se convierte en simple y básico. Las confusiones y los miedos ahora son otros. El amor se transforma y deja ser el epicentro de nuestros quehaceres diarios. Poco a poco vamos olvidando todo aquello que aprendimos. Con el tiempo, las mujeres dejan de pensar en poetas y buscan empresarios.

Sin embargo, al menos para mí, Benedetti siguió siendo un santo de mi devoción, una voz fundamental en el camino, un hermano mayor con cosas siempre interesantes que decir, vamos, un maestro. Lo digo en voz alta y sin ruborizarme. Poco me importa si no sueno políticamente correcto y si comienzan a mirarme por encima del hombro. Como ayer, sigo encontrando en sus páginas ternuras escondidas y sigo estremeciéndome con sus mil definiciones del amor.

Ahora que anda enfermo y la vejez de sus 88 años le pasan la factura de todo lo vivido, ahora que quizás está próximo a iniciar el largo viaje hacia lo desconocido; a sus acólitos (su familia extendida por todo el planeta) no nos queda más que recitar, como una vieja y olvidada plegaria, varios de sus poemas como un esotérico mensaje de energía. De energía y eterno agradecimiento.

Gracias por el fuego, viejo.


CUMPLEAÑOS
Cada vez que cumplo años
no estoy para festejos
entro conmigo en la soledad
y me pongo a escuchar
una aurícula cualquiera
que al menos por ahora
no dice basta
.
el pasado es simplemente un hontanar
donde circulan castigos y perdones
todos con rumbo al secreto del sur
aunque a veces se pliegan al sureste
.
el pasado es también un arbolito
con colonias de pájaros inmóviles
que hace tiempo dejaron de cantar
.
cada vez que cumplo años
me sitúo de espaldas al futuro
para que no me reconozca
.
no olvidemos que en el porvenir
la vieja muerte tiene su morada
con ventanas hacia todos los paisajes
y ritos pendientes
en todos los siglos
.
cada vez que cumplo años
me olvido de contar con los dedos
y me quedo tan quieto y silencioso
como un viejo volcán pagado
(de Canciones del que no Canta)

jueves, 7 de mayo de 2009

Status Quo

El día de ayer converso con un entrañable amigo. También trabaja para el sector público y me cuenta que está cansado y aburrido de la burocracia irredenta que la puebla. Quiere tirar la toalla. Trato de darle ánimos pero al final me quedo pensando. ¿Pasaré más años en esta oscura oficina? ¿Veré pasar mi vida sentado en esta esquina? Me acuerdo de un poema del entrañable Juan Gonzalo Rose y me comienzo a preocupar...

RETRATO

Ayer vi un hombre
entusiasmado.
Con cierta inteligencia,
con 25 años de ir al Ministerio
y entusiasmado.

Con sonora calvicie,
con ágiles arrugas que subían
desde su pantalón
hasta la frente:
además sobrio

y entusiasmado.

Como si fuese el Pato Donald...
entusiasmado,
muy entusiasmado.

(No estás en tus cabales, Entusiasmo:
a mí
no me harás eso).
(Juan Gonzalo Rose)

miércoles, 6 de mayo de 2009

Las Lenguas Malditas

Cuando un escritor se aficiona con un tema es muy difícil que se aparte de él. Es un terreno seguro y sobre él puede edificar sus aposentos con relativa tranquilidad. Sus libros, aun cuando distintos, darán la impresión de ser sólo un único e invariable compendio que gira alrededor de una idea central, de una obsesión, muchas veces de un filón rentable.

Cuando leo a Pablo de Santis (Buenos Aires, 1963) me sucede lo antes descrito. Tengo la impresión que cada nuevo libro que descubro, al menos un atisbo de él, ya lo visité en otro, como si fuera un eslabón más de una larga cadena.

La Traducción (1998) resultó finalista del Premio Planeta en 1997. De Santis aún no era muy conocido pero ya se notaba el talento, el oficio y las ganas de hacer las cosas bien en cada una de sus páginas.

La historia se desarrolla en Puerto Esfinge, un lugar abandonado, solitario y fantasmal de la costa argentina, donde se desarrolla un congreso sobre traducción al cual acuden lingüistas y especialistas en esta materia. Como suele suceder en los congresos de cualquier especialidad, sus participantes agrupan a gente de toda laya, desde incautos y fracasados hasta exitosos nombres que resplandecen como el neón en su especialidad. A medio camino entre estos dos extremos está Miguel de Blast, traductor de textos científicos, casado, quien lleva una vida tranquila (que muchas veces es sinónimo de aburrida) y no suele hacerse problemas por la mayoría de las cosas. Únicamente acepta la invitación al congreso cuando descubre que, entre la lista de invitados, está también el nombre de Ana Despina, el amor de su vida 15 años atrás. Y también el de Silvio Naum, el hombre que se la arrebató hace igual cantidad de tiempo.

El problema es que, misteriosamente, comienzan a sucederse muertes entre los participantes al congreso que alborotan el viejo y olvidado hotel de Puerto Esfinge. De Blast irá tratando de descubrir las causas de las extrañas desapariciones mientras trata de recuperar del olvido su antiguo amor y una extraña lengua se entromete en la historia (la lengua del Aqueronte: la lengua de los infiernos).

Pape Satan, Pape Satan, Aleppe.

Del Libro:

“Antes que llegáramos al hotel detuve a Ana tomándola del brazo, acerqué mi cara y la besé. Aceptó el beso pero después dijo: Eso no es nada. Es una postal que uno le manda a alguien que está lejos y que va a seguir estando lejos.”

“Los libros escritos en nuestra propia lengua los leemos como miopes, acercándolos demasiado a los ojos. Pero los libros traducidos los alejamos para que se vuelvan nítidos. El punto de enfoque está un poco más lejos”.

“El silencio –comenzó a decir- es igual en todos los idiomas; pero ésta es una verdad aparente. Quienes buscaron, a través de los siglos, las reglas de un idioma universal, creyeron que el silencio era la piedra basal del nuevo sistema, del sistema absoluto, pero basta internarse en esa ciudad de contornos imprecisos que es toda lengua para descubrir que los silencios tienen distinto significado, y que a veces se cargan de un sentido insoportable, y a veces no son nada. Los muertos no callan de la misma manera que los vivos”.

“el verdadero problema para un traductor –dijo al final- no es la distancia entre los idiomas o los mundos, no es la jerga ni la indefinición ni la música, el verdadero problema es el silencio de una lengua –y no me molestaré en atacar a los imbéciles que creen que un texto es más valioso cuanto más frágil y menos traducible, a los que creen que los libros son objetos de cristal-, porque todo lo demás puede ser traducido, pero no el modo en que una obra calla; de eso –dijo- no hay traducción posible”.

Retorno


En estas semanas este hereje ha estado ausente del blog.

No es el cansancio de escribir para nadie lo que motivó mi temporal desaparición (aun tengo la suficiente energía para seguir malgastando palabras), ni cuestiones relativas a la frágil salud de este servidor lo que originaron la desactualización de esta bitácora, nada de eso. Aun sigo leyendo como un animal cuando el cansancio de la rutina me suelta el cuello.

Lo importante es que he vuelto. El problema es que aún no sé para qué.